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Luciano
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LA MALDICIÓN DE LA CARNE

Mientras suben las ventas externas de carne, aumenta el precio interno y empieza a escasear. La inflación genera mayor pobreza, fundamentalmente por suba de los alimentos. Problemas estructurales no resueltos y “soluciones” que podrían ahondar la crisis.

 

 

 

Las exportaciones de carne vacuna argentina aumentaron en los primeros once meses del año un ocho por ciento con respecto al mismo período del año pasado. Aumenta el precio del maíz en los mercados internacionales, uno de las principales materias primas exportables del país. Dos muy buenas noticias en apariencia. No tanto, si se las juzga desde un plano más abierto.

Con las compras de China como principal motor de demanda, crece la faena de hacienda vacuna para satisfacer los envíos. Según las estadísticas del sector (fuente: Ciccra), en noviembre se enviaron a faena más de 1.240.000 cabezas, 1,7% más que en octubre y 3,1% por encima de noviembre de 2019. En términos anuales, el envío de animales vacunos a faena será en 2020 el más alto de los últimos once años.

Pero esa aparente bonanza se contradice con el panorama del mercado interno: suben muy fuertes los precios de la carne en mostrador, baja el consumo y, aun así, el producto escasea algunas semanas en muchas zonas del país. ¿Cómo se explica?

Las 2,9 millones de toneladas (res con hueso) de producción de carne de enero a noviembre de este año reflejan un crecimiento anual del 1,8%. Pero mientras que el volumen destinado a la exportación (816 mil toneladas) tuvo una suba interanual del 8%, la que absorbe el mercado interno (2,1 millones de toneladas) cayó entre los mismos períodos 0,5%.

Presión en los corrales

La demanda para exportación presiona sobre los precios de la hacienda, que sólo en noviembre observó un aumento del 10,8% (precio promedio del kilo vivo en Liniers respecto de octubre). Sólo en este año, entre marzo y octubre, la demanda de exportación pasó de representar el 25,8% del total al 30,6%. Ese aumento de cinco puntos es mayor al del crecimiento de la faena: hay más oferta de animales, pero la demanda de exportación crece en mayor proporción y entonces queda menos oferta para el mercado interno. Y esa presencia mayor de los exportadores empuja los precios al consumidor local para arriba.

En medio de estas tensiones, Miguel Schiariti, titular de Ciccra (cámara de la industria y el comercio de carnes), dejó caer otro elemento de análisis. China está comprando más, sustituyendo a otros importadores habituales, pero a menor precio. Resulta difícil explicar, reflexionó, que haya exportadores que paguen por la hacienda precios que el resto de la industria no puede.

“Es entonces casi obligatorio preguntarse si, en lugar de hacer un negocio de exportación, lo que hacen algunos operadores no será un negocio financiero, subfacturando sus precios de venta y aprovechando el diferencial de precio de los distintos tipos de cambio”, desliza Schiariti. ¿Exportaciones no declaradas que se liquidan en el mercado negro a un dólar más alto que el oficial? Es como para sospechar de la supuesta transparencia de los mercados agroexportadores, ¿no?

 

Si vamos un paso para atrás, a la cría y engorde del ganado, hay más elementos para analizar. El maíz es el principal insumo para alimentar el ganado en corral (feed lot), pero con la suba del precio internacional y la presión en este caso también de los exportadores, el kilo de maíz que en marzo de este año se pagaba ocho pesos, en noviembre alcanzó a 15 pesos, casi el doble. Schiariti también señala este factor de costo para explicar una suba del precio del ternero de 100 pesos (por kilo vivo) en marzo a 150 en noviembre.

“Con estos valores, el engorde a corral se volvió un negocio inviable”, afirman en el sector, explicando por qué, quien pudo hacerlo, optó por el engorde a campo. No todos acceden a esa disponibilidad de pasturas, y aun quien lo logra, hace más lento el proceso de ganar kilos, lo cual provoca una caída en la oferta que se seguirá viendo reflejada en los mercados en los próximos meses, auguran.

Hasta acá, queda reflejada la incidencia de varios factores estructurales de la economía argentina que es oportuno tomar en cuenta. El aumento de las exportaciones no sólo trae dólares, lo que es bueno, sino también aumentos de precios internos (carne y maíz) y hasta escasez de productos básicos cuando la oferta no está en condiciones de responder rápidamente a esa mayor demanda (hacienda para faena). Y esto es malo. Pero, además, quedó expresado que no todos los dólares de la exportación llegan al mercado oficial de cambios, sino que algunos se desvían y se fugan por senderos “paralelos”. Esto es peor.

El control del comercio exterior, la planificación de los encadenamientos productivos y la desconexión entre los precios locales e internacionales, quedan aquí como materias de políticas públicas a analizar para resolver estos conflictos.

Pobreza de ingresos

Pero hay, además, un capítulo social que no es ajeno a todo lo anterior. En la semana se conocieron los resultados de la encuesta del Observatorio de la Deuda Social de la UCA sobre pobreza en el tercer trimestre de este año. El relevamiento sobre los principales centros urbanos del país arroja que la pobreza total escaló al 44,2% de la población y medido sobre los menores de 18 años, indica que el 64 por cientro de ellos vive en un hogar con ingresos insuficientes para pagar una canasta de bienes y servicios básicos: son pobres por ingresos.

Herencia recesiva de los dos últimos años de Macri más pandemia de este año mediante, todo indicador de fuente oficial o privada va a arrojar que volvió a subir la pobreza este año. Con la pandemia, muchos perdieron sus ingresos que parcialmente cubrieron los programas de asistencia del Estado. Otros no lo perdieron, pero no recibieron aumentos que compensaran la inflación, que en los últimos meses volvió a acelerarse. Y cuando se observa en particular este último fenómeno, el de la inflación, analizando la incidencia de cada rubro, resulta que los alimentos suben más que el resto (le sacaron cinco puntos de ventaja al promedio general en diez meses).

Es así: la suba de los alimentos (y la carne es uno de los de mayor peso relativo) es una causa principalísima por la cual los ingresos de los sectores más vulnerables volvieron a perder la carrera contra los precios de una canasta básica. Son la causa principal del aumento de la pobreza en el año en curso.

Aquí es donde surge el otro factor estructural que es necesario señalar: si el modelo productivo genera inflación particularmente sobre los productos básicos de consumo interno, va a generar mayor pobreza, porque no hay mecanismo de asistencia que compense esa pérdida de poder adquisitivo. Muchos menos, el mercado.

La salida agroexportadora

Grandes empresas del núcleo más concentrado del agronegocio vienen promoviendo, desde septiembre, un plan de reactivación que promete atractivos resultados para la próxima década. “Estrategia de reactivación agroindustrial exportadora, inclusiva, sustentable y federal”, es su pretencioso título. Es innegable que despertó entusiasmo en más de un funcionario. A la luz de las actuales condiciones sociales internas, y económicas externas, no estaría de más echarle una mirada más profunda a qué modelo de país sería el que resulte de una estrategia como la propuesta.

No serán sus promotores los que vayan a hacer el análisis crítico de su propia criatura. Pero los representantes del trabajo y la producción para el mercado interno y de origen no agrícola, deberían estudiar qué lugar les quedaría asignado a ellos en tal modelo. Es una tarea pendiente.

Multiplicar la producción de alimentos es una bendición. Destinarlos a la exportación puede resultar en un agudo dolor de cabeza, o dos (inflación y escasez). Lo demuestran las actuales circunstancias. A las políticas públicas también le queda tarea por hacer, para buscar respuestas a problemas de origen estructural con graves consecuencias, que “el mercado” (o quienes lo controlan) no resolverá. Ni le interesa hacerlo.

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