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Luciano
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TODOS QUIEREN VER A MESSI

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TODOS QUIEREN VER A MESSI

Multitudinario recibimiento a la Selección en Santiago del Estero.

Hubo un pasillo vallado de cinco kilómetros y miles de fanáticos celebrando la presencia del campeón del Mundo.

Porque la fiesta de la Selección se ha extendido -quizás- hasta un saludable infinito. Serán cien días de vuelta olímpica mundial los que se cumplirán este martes en Santiago del Estero, contradiciendo a don Julio.

La Madre de Ciudades se transformó en la nueva escala de la madre de los festejos. Los que para el plantel argentino recién irán perdiendo efervescencia cuando el almanaque ofrezca partidos mucho más exigentes, oficiales, de los que suman puntos para ganar una Copa América o llegar a un Mundial. Pero no para la gente.

Y en Santiago hubo demostración: cinco kilómetros de pasillo humano contenido por un vallado celosamente custodiado, frenando el envión pero no la pasión. Las estructuras de acero fueron permeables al fervor. Al “vamos, vamos, Argentina”. Al dalecampeón. A ese “Muchachos” que no se le ocurrió a Vicente López y Planes pero que ya resuena como un himno paralelo.

Estrofas que permiten retrotraer a cada mente a ese loop de imágenes festivas. Dibu poniéndole el pie al tiro de Kolo Muani. Montiel pateando el penal más gritado de la historia. Messi alzando la Copa más deseada en 36 años.

 

Una ciudad de Selección

Las calles reflejan aquella secuencia: los chicos visten el “buzo” verde de Dibu que en realidad es camiseta, y lo hacen con el mismo orgullo que si recorrieran la peatonal Tucumán con la #10 de Messi. Un gesto simétrico entre locales y visitantes: los que llegan de Salta, de Córdoba o Mendoza también se abren a la pasión por el capitán.

Aunque a la tardecita nadie está en el centro. Buena parte de la ciudad elige los costados de la Avenida Madre de Ciudades y su conexión con Belgrano, trazas dispuestas para el paso del micro. Los que viven más cerca del Hotel Hilton, en cambio, se arriman a los extremos de la cuadra de la calle Alem al 100.

Unos cuántos se agolpan sobre Rivadavia, otros en la plaza que sirve como explanada de la Gobernación sobre Alvear. Y los más privilegiados disfrutan desde los balcones linderos al búnker albiceleste, sobre un local de milanesas que está cerrado por la ocasión. Todos embanderados como los vendedores que a precio módico ofrecen prendas de dudosa legitimidad.

La expectativa crece. “¿Terminó el homenaje de Conmebol?”, se pregunta entre el gentío. Los fanas hacen cálculos. Esperan y celebran el aterrizaje del plantel en el aeropuerto. Se festeja que ya viene el grupo sagrado.

Es imposible explicarlo. ¿Quién lo va a entender? Si eso que se terminó en el Maracaná y en Lusail ahora se disfruta en el planeta entero. Y genera un estallido cuando el micro pega la vuelta en la última esquina antes de estacionarse. Y la Fanfarria Alto Perú acompañando al compás del hitazo de La Mosca el arribo del micro de los embajadores de la alegría. Interpretando el “Vamos, vamos, Argentina” y también el Himno que enardece las gargantas.

Y llegan así los campeones, con Leo a la cabeza. Y Dibu. Y Di María. Y Scaloni, entrenador de genuina emoción a flor de piel. “Y el que no grita Argentina, a qué carajo vino”, se grita mientras el plantel sube al primer piso del hotel y se dispone a ocupar esa mesa larga que lo espera luego de un día agitado.

 

Fuente Ol