
Cuando la historia se niega: el avance del discurso negacionista y una alarma encendida
Por Luciano Sorani Especial para WOU
A casi 41 años del regreso de la democracia, las señales de alerta se multiplican. Declaraciones recientes, silencios oficiales y una narrativa cada vez más presente en medios y redes sociales muestran con crudeza una realidad que parecía impensada hace no tanto tiempo: el negacionismo sobre la última dictadura militar ya no se esconde, se expresa con descaro y, en algunos casos, hasta con cierta reivindicación del horror.
En los últimos días, desde los micrófonos oficiales y voceros con llegada directa al poder, volvieron a escucharse discursos que relativizan el terrorismo de Estado. Se cuestiona el número de desaparecidos, se habla de “una guerra” en lugar de un plan sistemático de exterminio, y se repite —como si fuera novedad— que “hubo excesos de ambos lados”. Es el mismo libreto que durante años repitieron los sectores más reaccionarios, y que hoy encuentra eco y validación en el corazón del gobierno nacional.
La preocupación no es solo por lo que se dice, sino por lo que se deja de decir. Este 24 de marzo se acerca envuelto en un silencio incómodo por parte de muchos funcionarios, y sin ningún tipo de política activa para la memoria, la verdad y la justicia. La desaparición simbólica de estos temas del discurso oficial es también una forma de negacionismo: la omisión como herramienta política.
Y no se trata solo del pasado. Lo que está en juego es el presente y, sobre todo, el futuro. ¿Qué mensaje reciben las nuevas generaciones cuando se banaliza el genocidio? ¿Qué país se construye si se pone en duda, una vez más, lo que los organismos de derechos humanos, los juicios de lesa humanidad y la propia historia ya dejaron probado? Hay un intento deliberado de instalar un sentido común regresivo, en donde la dictadura aparece relativizada y el rol de las víctimas es puesto en discusión.
No es casual que estas expresiones vengan acompañadas de políticas de ajuste, disciplinamiento social y criminalización de la protesta. Es parte de una matriz ideológica que desprecia la memoria y ve en los derechos humanos una “molestia” o un “curro”, como ya se ha dicho públicamente con absoluta impunidad.
Las señales son demasiado claras como para mirar para otro lado. Este nuevo aniversario del Golpe no puede encontrarnos en la indiferencia ni el repliegue. La memoria no es un ritual: es una trinchera desde la cual defender lo más básico del pacto democrático. Callar ante el avance del negacionismo es dejar que otros escriban la historia. Y cuando eso pasa, las consecuencias siempre son oscuras.
Como periodista, pero sobre todo como ciudadano, me preocupa profundamente lo que estamos viendo. Me preocupa por quienes vivieron el horror. Me preocupa por quienes lo lucharon. Y me preocupa, sobre todo, por quienes están creciendo en un país donde la dictadura se pone entre comillas.
La memoria es una construcción colectiva. Y también una responsabilidad generacional. Que nadie mire para otro lado.