Correo Argentino: entregamos cartas y también soberanía
Hay “errores” que duelen más que otros. Porque no son simples equivocaciones técnicas, sino actos de resignación simbólica. Y cuando esa resignación proviene del propio Estado, el impacto es todavía mayor.
Entrar a la página del Correo Argentino y encontrarse con que las Islas Malvinas figuran como “Falkland Islands”, y Puerto Argentino como “Stanley”, no es solo un descuido. Es una falta de respeto. Una cachetada simbólica. Una claudicación innecesaria que nos retrotrae a lo peor de la desmalvinización.
Sí, claro, seguramente el mapa es provisto por algún proveedor extranjero. Quizás sea una plantilla estándar de Google o un software que viene con nombres precargados. Pero eso no exime de responsabilidad a quienes están a cargo. ¿Nadie lo vio? ¿A nadie le pareció un problema que desde una plataforma estatal —del Estado argentino— se validara la nomenclatura impuesta por una potencia ocupante?
Las Islas Malvinas no son “Falklands”. No lo son en nuestra historia, en nuestras leyes, ni en nuestra memoria. Lo dice la Ley 26.651, que obliga a utilizar la denominación y cartografía oficial en toda dependencia pública. Lo establece también el Decreto 852/81, que fijó el nombre “Puerto Argentino” para la capital del archipiélago. Y lo reafirman año tras año nuestras escuelas, nuestros veteranos, nuestras marchas y nuestros mapas.
Pero cada tanto, desde el propio Estado, aparecen señales contradictorias. Gestos pequeños, pero elocuentes, que muestran cómo también desde adentro se desmalviniza. No con discursos, sino con omisiones. No con actos explícitos, sino con una peligrosa indiferencia.
Y a esto se suma algo aún más preocupante: las propias palabras del presidente Javier Milei, quien públicamente reconoció el supuesto “derecho a la autodeterminación” de los isleños. Una afirmación que va a contramano de todo el marco legal e histórico del reclamo argentino. Porque la Argentina nunca reconoció a la población implantada por el Reino Unido como sujeto soberano, y la ONU ha dejado en claro que el principio de autodeterminación no aplica a esta disputa, dado que no se trata de un pueblo colonizado sino de un territorio colonizado.
Por eso, cuando desde la máxima autoridad del país se relativiza la soberanía sobre las islas, y desde las plataformas del Estado se las nombra con el lenguaje del ocupante, la herida se profundiza. Y el mensaje es claro: el retroceso no es solo simbólico.
En tiempos donde la soberanía se defiende en muchos frentes —en el territorio, en la diplomacia, en la educación, en los recursos naturales— también hay que defenderla en lo simbólico. En los mapas. En los nombres. En los clics.
Porque no se trata solo de un dato geográfico. Se trata de una herida abierta. De un reclamo vigente. De 649 argentinos que no volvieron. Y de una promesa que como sociedad seguimos sosteniendo: que no vamos a olvidar, que no vamos a ceder.
Que desde una web oficial aparezca “Stanley” en lugar de Puerto Argentino no es un detalle. Es un síntoma. Y como tal, no se cura con explicaciones técnicas. Se cura con compromiso político, con revisión crítica y con la decisión firme de no entregar, ni siquiera en una planilla, aquello que seguimos considerando nuestro.

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