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Desde Gallegos para The New York Times

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Desde Gallegos para The New York Times

Este domingo, Miguel Tomasín fue portada en el diario norteamericano The New York Times. El artista, oriundo de Buenos Aires, vive actualmente en Río Gallegos y es uno de los pocos profesionales músicos con síndrome Down.

 

Miguel tiene más de 100 álbumes en su haber. Con 58 años, hace 30 se dedica a esta profesión que dice “lo motiva alegrar a la gente”.Tomasín integra la banda, Reynols, que en los primeros años tuvo dificultades para encontrar lugares para tocar y discográficas interesadas en su sonido de improvisación. El punto de inflexión se produjo hace casi un cuarto de siglo, en 1998, cuando inesperadamente se convirtieron en una banda de la casa en un programa de la televisión pública argentina, lo que los puso frente a una nueva audiencia.

El trabajo convirtió a Tomasín en el primer argentino con síndrome de Down en ser contratado por una cadena nacional. “Fue revolucionario porque en ese entonces se tapaba de la vista pública la gente con estas condiciones”, dijo Claudio Canali, que ayudó a producir el programa.

Un periodista y una fotógrafa de The New York Times pasaron una semana en Argentina para entrevistar a Miguel y documentar su vida, tanto en Buenos Aires como en Río Gallegos.

De origen bonaerense, Miguel es el segundo de tres hijos de padres de clase media. Su padre era un capitán de la Marina y su madre una licenciada en Bellas Artes que se quedó en casa para criar a los niños.

De pequeño empezó a interesarse por los sonidos, golpeando las ollas de la cocina y jugando con el piano familiar, lo que llevó a sus abuelos a comprarle una batería de juguete.

Un día, en 1993, probaron con un local modesto que encontraron en su barrio, la Escuela de Formación Integral para Músicos, dirigida por jóvenes rockeros de vanguardia que daban clases para sufragar su local de ensayo.

“Hola, soy Miguel, un gran baterista famoso”. Así recuerda el director de la escuela, Roberto Conlazo, que se presentó Tomasín, a pesar de que hasta ese momento, jamás había tocado una batería profesional.

La escuela se convirtió en un inesperado hogar artístico para Miguel. Su espontaneidad y falta de inseguridades hacían que fuera un improvisador natural. “Estábamos buscando el universo músico más libre posible”, dijo Alan Courtis, profesor de la escuela. “Miguel fue el despertador para el lado dormido del cerebro”.

Conlazo y Courtis habían tocado en un grupo que acabó convirtiéndose en Reynols, un nombre algo inspirado en Burt Reynolds.

Tras dar a Tomasín unas clases de batería, decidieron incorporarlo al grupo. Sin embargo, su colaboración tuvo un comienzo incierto.

Durante uno de sus primeros conciertos, en 1994, una multitud de estudiantes de secundaria se lanzaron al pogo, que Courtis y Roberto Conlazo avivaron al rociar desodorante en la cara del público, arrancar las cuerdas de la guitarra con pinzas y emitir un ruido espeluznante por unos altavoces primitivos.

Cuando el padre de Tomasín, Jorge Tomasín, se acercó a la banda después del concierto, se resignaron a no volver a ver a Miguel, convencidos de que desaprobaba lo que acababa de ver.

“Chicos, no entendí mucho lo que tocaron”, recuerda Conlazo que dijo el padre, “pero lo vi muy feliz a Miguel. Así que denle para adelante”.

Esas palabras fueron la luz verde para las tres décadas siguientes de una creatividad que ha producido alrededor de 120 álbumes, giras americanas y europeas y colaboraciones con algunos de los músicos experimentales más respetados del mundo.

Reynols distribuye en partes iguales las ganancias de los espectáculos y las ventas de música, lo que convierte a Tomasín en uno de los pocos músicos profesionales con síndrome de Down del mundo.

Este año, Miguel se mudó a Río Gallegos para vivir con su hermano Juan Mario, un oficial del ejército que ahora es profesor de inglés. Por las tardes, baila al ritmo de la música folclórica argentina, cocina y hace de jardinero en un centro local para personas con discapacidades, a menudo vistiendo su camiseta favorita de Reynols.

Los compañeros de Miguel dicen que su don es ayudar a las personas a convertirse en una mejor versión de sí mismas sin ni siquiera ser consciente de su influencia.

“Él enseña sin enseñar, solo disfrutando de su vida”, dice Conlazo.

El nuevo proyecto de Miguel es tocar en Rio Gallegos, su nueva casa, con sus compañeros de banda. Y va por eso.