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A 20 AÑOS DE LA TRAGEDIA

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A 20 AÑOS DE LA TRAGEDIA

Pablo Grasso en la vigilia a 20 años de la tragedia de los 14 mineros 

 

 

El Intendente de Río Gallegos Pablo Grasso participó de los actos a 20 años de la tragedia de los 14 mineros. Anoche se realizó la vigilia, que consistió en una concentración en el Monumento ubicado en Río Turbio y luego el traslado a la Rotonda en memoria a los mineros en 28 de Noviembre. Allí se hizo el encendido de antorchas.

 

 

El encuentro reunió a familiares de las víctimas del 14 de junio de 2004, autoridades, miembros integrantes del gabinete provincial, el Intendente de Rio Turbio Dario Menna, y de 28 de Noviembre Aldo Aravena, diputados, concejales y una importante cantidad de vecinos.

 

 

Se encendió una antorcha por cada uno de los mineros fallecidos: Julio Álvarez, Odilón Vedia, Nicolás Arancibia, José Luis Armella, Víctor Hernández, José Hernández, Silverio Méndez, Ricardo Cabrera, Jorge Vallejo, José Chávez, Oscar Marchant, Sixto Alvarado, Miguel Cardozo y Héctor Rebollo.

 

 

 

El 14 de junio a la noche el incendio en los Yacimientos Carboníferos Fiscales se convirtió en una trampa para los trabajadores. Cómo fue la búsqueda de los desaparecidos y el drama de sus familiares

 

Los entierros fueron masivos en Río Turbio

 

La noche del 14 de junio del 2004, hoy hace 20 años, el rugido de un derrumbe rompió la calma en la mina de carbón de Río Turbio, en Santa Cruz. Los mineros, acostumbrados a los riesgos del subsuelo, sintieron el suelo temblar y vieron cómo una de las galerías se convertía en una trampa mortal. El incendio, originado por la fricción de una cinta transportadora, desató el caos a unos 600 metros de profundidad y a varios kilómetros de la salida principal.

Un grupo de cincuenta operarios, que acababa de iniciar su turno, quedó atrapado en medio del humo y las llamas. Entre los gritos de auxilio y la confusión, 37 de ellos lograron escapar. Detrás de ellos los gritos de otros mineros se apagaban lentamente. Alejandro Garzón, secretario de ATE Santa Cruz de ese momento, denunció la precariedad de las condiciones en la mina, un peligro latente que se había advertido durante doce años sin que se tomaran medidas efectivas.

 

Cómo arrancó la tragedia

 

El accidente ocurrió alrededor de las 22 horas, mientras los mineros ingresaban en un camión. En la oscuridad, el vehículo chocó contra una columna. A medida que el fuego avanzaba, la visibilidad se reducía a cero, y el oxígeno se volvía cada vez más escaso. Los sobrevivientes describieron cómo, tomados de la mano, tantearon las paredes. Así, recorrieron a ciegas los 400 metros que los separaban de la salida, un trayecto que les tomó más de dos horas y media en completar.

La tragedia en Río Turbio causó la muerte de 14 mineros. La mina, un entramado de túneles de 80 kilómetros, se convirtió en una prisión bajo tierra para los trabajadores.

 

El ingreso de la mina días después del accidente

 

Los 37 mineros que lograron escapar del infierno subterráneo estaban visiblemente afectados. Intoxicados por el monóxido de carbono y exhaustos, fueron trasladados de inmediato al Hospital General de Río Turbio y al San Lucas, de una localidad cercana. Sus relatos eran desgarradores: “Escuchábamos los gritos desesperados de nuestros compañeros, pero no podíamos ayudarlos”, contó uno de los supervivientes, con la voz quebrada por la angustia.

Entre los mineros atrapados, la esperanza de un rescate disminuía con cada minuto que pasaba. El fuego que aún ardía en los túneles hacía extremadamente peligrosa la operación de búsqueda. Equipos de socorristas, equipados con tanques de oxígeno, podían permanecer solo tres horas en las entrañas de la mina. “Tuvimos que salir agarrados de la mano. La luz de las linternas de los cascos no servía por el humo”, explicó otro minero.

En la superficie, el ambiente era de desolación y desesperación. Esposas, hijos y padres de los mineros desaparecidos se reunieron alrededor de la entrada del yacimiento. Allí, rezaban y lloraban. Esperaban alguna noticia que les trajera consuelo. Las plegarias a Santa Bárbara, patrona de los estos trabajadores, resonaban en el aire helado y nevado de Río Turbio.

 

El impacto político de la tragedia

 

La noticia del accidente y las condiciones en las que trabajaban los mineros resonaron con fuerza en el mundo político. “Estoy muy amargado”, expresó el entonces presidente Néstor Kirchner, quien ordenó el envío inmediato de una brigada de bomberos de la Policía Federal para colaborar con el rescate.

El hallazgo de los primeros cuerpos sin vida fue un golpe devastador. Miguel Cardozo y Julio Álvarez fueron hallados el día siguiente, a través de una galería alternativa. Habían intentado hallar otra vía de escape desde el subsuelo de la tierra. Esa misma noche, otros dos cuerpos fueron localizados. Esto aumentaba la incertidumbre sobre el destino de los nueve mineros restantes. En tanto, las historias de los supervivientes no solo retrataban la crudeza del accidente, sino también la hermandad que surgió en medio del desastre. “Hay muchos compañeros que se han caído, que no los pudimos levantar”, relató un sobreviviente, incapaz de contener las lágrimas.

El homenaje a los 14 muertos en el ingreso de la mina

 

La operación de rescate en Río Turbio se convirtió en una carrera contrarreloj. Desde el primer momento, la presencia de fuego en los túneles representó un desafío monumental para los socorristas. Equipados con tanques de oxígeno y trajes especiales, los equipos de rescate luchaban contra las llamas y la densa humareda que hacía casi imposible la visibilidad. Con cada entrada a las profundidades de la mina, el riesgo de nuevos derrumbes aumentaba.

El intendente local de ese momento, Matías Mazú, decretó el estado de emergencia en la ciudad y se puso al frente del comité de crisis que coordinaba el operativo. Bomberos, personal de Defensa Civil, la Policía, la Gendarmería y los mismos mineros se unieron en un esfuerzo sin precedentes para enfrentar la catástrofe. Médicos de Río Gallegos y psicólogos también fueron movilizados para brindar asistencia a los familiares y a los propios socorristas, quienes trabajaban bajo una presión inmensa.

 

Los intentos de rescate

 

“La situación es muy peligrosa por la posibilidad de un nuevo derrumbe”, advirtió Paulino Rodríguez, secretario de Producción del municipio de Río Turbio en el 2004. “Creemos que a medida que pasen las horas se complicará el rescate y tememos que el humo haya llegado a todas las galerías, aunque existe la posibilidad de que los obreros hayan logrado refugiarse si se formó alguna burbuja de aire”.

A lo largo de la jornada, la angustia entre los familiares de los mineros crecía. Un equipo de psicólogos brindaba asistencia especial. Los expertos intentaban consolar a aquellos que esperaban noticias con el corazón en un puño. “La esperanza es lo último que se pierde”, murmuraba una madre entre lágrimas, mientras sostenía con fuerza la mano de su hijo pequeño, ambos envueltos en abrigos para protegerse del frío intenso de la Patagonia.

 

El homenaje a una de las víctimas de la tragedia de la mina de Río Turbio

 

La mina número cinco del complejo de Río Turbio, escenario de la tragedia, contaba con una profundidad máxima de 700 metros y una red de 80 kilómetros de túneles, similar en extensión a la red de subterráneos de Buenos Aires. Sin embargo, la tecnología utilizada estaba obsoleta. Esta deficiencia tecnológica, sumada a la falta de mantenimiento adecuado, creó un ambiente de trabajo extremadamente peligroso.

El incendio que desencadenó el derrumbe y atrapó a los mineros fue provocado por la fricción de una cinta transportadora del mineral. Este tipo de accidentes, aunque prevenibles, se convirtieron en una amenaza constante debido a la falta de inversión en equipos modernos y sistemas de seguridad. La precariedad de las condiciones quedó expuesta de manera trágica, subrayando la necesidad urgente de una revisión y actualización de las medidas de seguridad en el sector minero.

Los operativos siguieron durante una semana en las que en cada jornada se repetía el ingreso de los rescatistas y los familiares que esperaban en la entrada de la mina por noticias. Luego, de esos 7 días fueron hallados los cuerpos de los desaparecidos carbonizados en los túneles.

 

La canción del final

 

Los cuerpos de los mineros atrapados en la mina de Río Turbio estaban tan descompuestos que solo podían ser identificados por los números en sus lámparas. El fuego persistente en las galerías y la entrada principal impedía el acceso, lo que obligó a las autoridades a utilizar ventiladores industriales para extraer los gases tóxicos del subsuelo. En un intento desesperado por controlar la situación, dos galerías fueron selladas para evitar la entrada de aire y así contener el incendio.

Las 14 víctimas tienen su homenaje en la entrada de la mina. José Sixto Alvarado Díaz; José Víctor Hernández Zambrano; Nicolás Esteban Arancibia; Miguel Antonio Cardozo; Julio Néstor Alvarez; Ricardo Cabrera; Oscar Marchand; Jorge Eduardo Vallejo; Héctor César Rebollo; José Luis Armella; Silverio Méndez; Odilon Vedia; Víctor Hernández y José Edecio Chávez Paillán. Allí, donde un cartel reza: “Un buen día en la mina, es un día sin accidentes”.

Los funerales de los mineros fallecidos fueron ceremonias masivas que congregaron a toda la comunidad de Río Turbio. Las calles se llenaron de miles de personas, unidos en un luto compartido. La ceremonia estuvo marcada por la entonación de una canción tradicional que los mineros suelen cantar, un tributo a los caídos. “¡A ver si se saca el sombrero señor que va a pasar un obrero! ¡A ver si se saca el sombrero señor que va a pasar un minero! El hombre que partió el silencio en el sur, el hombre que fundó mi pueblo”, resonaba entre los asistentes, evocando el sacrificio y la valentía de aquellos que habían perdido sus vidas.