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PATAGONIA SANGRA: LA CRUELDAD LEGALIZADA

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PATAGONIA SANGRA: LA CRUELDAD LEGALIZADA

Pumas, en la mira

La autorización para cazar fauna autóctona divide a la Patagonia

 

“Los parques nacionales son criaderos de pumas y guanacos”, aseguran los ganaderos. En el contexto actual de despoblamiento de los campos y cambio climático, recrudece el enfrentamiento entre productores y conservacionistas

 

El 27 marzo de 2024, el Consejo Agrario Provincial (CAP) de la provincia de Santa Cruz autorizó, mediante la Resolución N° 117, la temporada de caza por un periodo que se extiende desde el primero de abril hasta el 31 de agosto de este año. La medida contempla la caza sin límites de especies introducidas como visón, jabalí, liebre y conejo europeo, sumado a la caza deportiva de especies nativas como el zorro colorado, el zorro gris, el guanaco y el puma.

 

El puma es el predador tope de la Patagoni

 

No es la primera vez que el CAP emite una resolución de este tipo. Más bien, se trata de algo realmente habitual y que revive, año tras año, una polémica que enfrenta históricamente a dos posturas en apariencia irreconciliables. De un lado, los productores ganaderos, en especial dedicados a la cría de ovejas; y del otro, las organizaciones ecologistas y conservacionistas. Durante abril, las campañas de rechazo a la caza de pumas, en particular, escalaron a niveles de viralidad en las redes sociales, donde se reprodujeron diversos petitorios para revertir la resolución provincial. Concretamente, los activistas exigen que Santa Cruz dé marcha atrás con la autorización para que cada persona que cuente con el permiso de caza deportiva pueda matar un zorro colorado, un zorro gris y un puma por semana y dos guanacos por día.

 

Los perros pirineos son una raza entrenada para el cuidado de ganado. No se enfrenta al puma, sino que con su presencia logra persuadirlo para que no se acerque.

 

¿Cuál es el trasfondo de esta disputa? Según los testimonios recogidos por LA NACION (que incluyen opiniones a favor, en contra y otras matizadas), se trata de una problemática muy compleja que requiere de mucho diálogo para su resolución. Desde la introducción de ganado en la región patagónica, la disputa territorial con la fauna silvestre ha sido una constante. Luego, con el lento despoblamiento de los campos, sumado al cambio climático y la falta de políticas eficientes, la situación fue agravándose. Más allá del ruido en las redes sociales y las declaraciones altisonantes, ¿es posible trazar un recorrido por las diversas voces involucradas en el conflicto? ¿Hay puntos posibles de acuerdo? ¿Por qué son el puma y el guanaco los señalados como parte del problema? ¿Es el turismo de avistaje, como el que está creciendo en Chile, una posible salida económica para los productores? ¿Es la incorporación de perros guardianes de ganado y luces disuasivas una posible solución? ¿Son los parques nacionales y las áreas protegidas parte del problema, como señalan los ganaderos, o tienen algo más para aportar en esta disputa?

 

La población de guanacos asciende a más de 2 millones de ejemplares.

 

Marcos Williams, miembro de la Mesa Ovina Nacional por Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), reconoce la complejidad del problema: “Hay un conflicto entre producción y fauna, sin duda. El principal desafío es que los campos de Santa Cruz son grandes extensiones, desérticos y fríos, con majadas muy grandes”. Williams subraya la importancia de regular la fauna de manera integral, no solo a través de la caza, sino también mediante el uso de perros protectores, monitoreo, cercos y compensaciones para los productores afectados. Productor y presidente de la Asociación Rural de Puerto Santa Cruz, James Lewis hace un aporte sobre las raíces históricas del conflicto. Señala que la proliferación de la fauna silvestre, especialmente de los guanacos, se intensificó después de que se prohibiera la caza y comercialización de estos animales. Según su mirada, esta situación ha llevado a un aumento de los encuentros entre la fauna salvaje y la producción ganadera, exacerbando los problemas económicos de los productores, especialmente aquellos con estancias más pequeñas.

 

Las organizaciones ambientalistas y Parques Nacionales buscan la manera de que la producción y la fauna autóctona puedan convivir.

 

Los productores ganaderos no tienen duda de que el impacto de la sobrepoblación de guanacos –que disputa el forraje con el ganado ovino y su potencial efecto de desertificación– y el ataque de pumas al ganado doméstico, son el eje principal del problema. “Esta es una problemática un poco más compleja”, contesta Andrés Novaro, director de Conservación Terrestre de WCS Argentina. Novaro va un poco más a fondo: “Cuando los humanos llegaron a la Patagonia hace 15 mil años, había otros predadores. Luego se fueron extinguiendo los más grandes y el predador tope que quedó fue el puma, mientras que el herbívoro dominante que quedó fue el guanaco”. Ese fue el paisaje que se encontraron los productores ganaderos a finales del siglo XIX, cuando comenzó una verdadera guerra contra el puma. La población humana creció al ritmo del crecimiento de la producción de lana –que llegó a récords históricos para luego decaer sin freno– y el puma prácticamente desapareció del territorio. Para Novaro “esa forma de manejo hoy no es posible”. “Actualmente hay un montón de áreas donde hay pumas coexistiendo con guanacos y muchos campos vacíos donde se reproducen. También hay mucha menos cacería que, además, no es un método eficiente para controlar el problema”, advierte.

 

La utilización de perros protectores es una medida aceptada y de buena efectividad.

 

El asesor científico de la Fundación Azara, Claudio Bertonatti, identifica justamente ese proceso de expansión de la ganadería como “una práctica insostenible” con sobrepastoreo, la caza indiscriminada de fauna y la consecuente disminución de las poblaciones de guanacos. “Esa merma, sumada a la caza desmedida de choiques (ñandú patagónico) y maras, dejó a sus predadores sin comida suficiente y es ahí cuando el puma y el zorro colorado se volcaron a atacar a las ovejas”, explica. “La solución del ganadero frente a esto no fue regular sus majadas, sino declararle la guerra también al puma y a los zorros”, destaca. Advierte que “en lugar de reinventarse y reconvertir la producción lanera a guanaquera, su cultura pondera el ‘no innovar’, que no hace más que empujarlos más ‘cuesta abajo en la rodada’ ganadera. Echarle la culpa al guanaco, al puma y al zorro, promoviendo su caza, sin evaluaciones previas y sin capacidad alguna de control, no va a resolver el problema de fondo. Todo lo contrario: correrán el riesgo de quedarse sin ovejas ni guanacos”.

 

La caza indiscriminada de pumas representa un problema ya que no distingue entre ejemplares territoriales -que rara vez atacan ganado- y los pumas transeúntes, que suelen cazar ovejas.

 

Parques en la mira

 

Williams como Lewis, en cambio, apuntan al impacto que tendrían “los parques y las áreas protegidas”, en especial el Parque Nacional Monte León, que estaría generando pérdidas millonarias en los campos vecinos. Lewis arriesga que, en las explotaciones cercanas al parque, se produjeron perjuicios por alrededor de 150 millones de dólares, además de la destrucción de puestos de trabajo y su consecuente despoblamiento. Según los productores, la falta de control de fauna en el parque estaría generando una reproducción desmedida de especies que afectan a las explotaciones ubicadas en las inmediaciones. Desde la Administración de Parques Nacionales (APN), su presidente, Cristian Larsen, le baja el tono a la discusión. “Es fundamental que avancemos en un proceso de diálogo con las autoridades locales, provinciales, las áreas protegidas y los productores de la zona, para encontrar una solución a esta problemática que nos afecta a todos. Hablamos de una solución en la que el Parque Nacional pueda seguir con su tarea de conservación tal y como lo está haciendo, y que los productores puedan crear cada vez más valor en su tierra”, completa. Mariela Gauna, Intendenta del PN Monte León, el sitio apuntado por los productores ganaderos, desmiente en parte los dichos de los productores y asegura que los “resultados de los monitoreos e investigaciones con las que contamos no infieren que el área protegida sea un problema en la desertificación del territorio u otras afirmaciones que escuchamos hoy en día”. Gauna pugna también por encontrar un punto en común, en el que se respete el “rol fundamental” de los parques para “garantizar la biodiversidad biológica a largo plazo”, como así también “las actividades productivas que generan empleo y contribuyen al crecimiento económico”.

 

El zorro gris es otra de las poblaciones apuntadas por productores.

 

A la espera del resultado de investigaciones que WCS Argentina está realizando sobre el impacto de las áreas protegidas, Novaro arriesga que la afirmación de los ganaderos –acerca de la presunta responsabilidad máxima de estos sitios de conservación en la proliferación de fauna nativa– es “incorrecta”. “Si uno mira el mapa de campos vacíos en Santa Cruz, un fenómeno de vaciamiento que lleva varias décadas, es lógico que esos territorios se llenen de fauna silvestre, tanto de guanacos como de pumas. Eso es muchísimo más grande que las áreas protegidas”, señala. “Tratar de apuntar a las áreas protegidas como las culpables, es distraer el problema. Es elegir el culpable equivocado y generar enemistades”, advierte. Para entender ese proceso de despoblamiento, la ingeniera agrónoma Carla Cepeda, investigadora del grupo de Recursos Naturales de la Estación Experimental INTA Santa Cruz, explica que el “ganado doméstico se introdujo a finales del siglo XIX en grandes estancias y por más de un siglo la zona estuvo sobrepastoreada: en 1952 los stocks alcanzaron los 20 millones de ovejas, 400.000 vacunos y 1,2 millones de cabras”. “A finales del siglo pasado los bajos rendimientos reproductivos y la alta mortalidad ovina redujeron los rebaños y algunos productores terminaron por abandonar los predios. Se perdieron dos tercios de las ovejas y, al liberarse recursos de la tierra, las poblaciones de guanacos, cuya presencia en Patagonia data desde hace al menos 13600 años, pasaron de alrededor de medio millón en 2000 a aproximadamente 2 millones en 2015. Esto convierte a las provincias de esta región en el principal reservorio mundial de la especie siendo Santa Cruz la que hoy posee mayor abundancia”, añade. Si bien reconocen que el cambio climático y el abandono de los campos agravan la situación, tanto Lewis como Williams justifican la medida de la provincia (“tal vez su comunicación no fue muy efectiva”, comentan) frente a una situación que consideran “insostenible”. Sin embargo, Novaro advierte sobre la ineficacia “de este tipo de autorizaciones –como la aprobada en Santa Cruz–, que no sirven de mucho porque no son dirigidas, no se remueven pumas que efectivamente atacan al ganado, sino que se autoriza una caza indiscriminada”. “Lo que se termina afectando es la territorialidad –continúa– porque acá hay que hacer una distinción: los pumas territoriales suelen cazar guanacos y los pumas transeúntes son los que suelen atacar ganado”. Según explica Novaro, cuando se caza al puma territorial, se abre paso al ejemplar transeúnte y termina agravando el problema. “Es mucho más eficiente establecer sistemas de protección de ganado –por ejemplo, con perros protectores, luces y cercos– que sistemas de remoción de pumas. Desde nuestra ONG no estamos en contra de algunas remociones de pumas, siempre y cuando esté comprobado que atacaron al ganado. Se trata de remociones dirigidas”, aclara Novaro.

 

La regulación y el control de las poblaciones de pumas son un pedido central de los ganaderos patagónicos.

 

El avistaje como recurso

 

“¿Quién soy yo para decirle a los estancieros que ahora tienen que hacer otra cosa? Está muy bien el avistaje, Santa Cruz fue pionera en el turismo rural, el productor lo ha incorporado naturalmente, pero esto no quita la responsabilidad de controlar el daño que genera la fauna”, reclama Williams, frente a la pregunta de si no es viable repensar las actividades productivas de la Patagonia y de las posibilidades que ofrecen nuevas propuestas turísticas que aparecen como posibles soluciones, en términos económicos y de sustentabilidad. Así lo plantean desde Chile, donde la problemática es similar, aunque la caza del puma está prohibida desde 1980. Allí han surgido experiencias que apuntan a la reconversión de estancias ganaderas en sitios de avistaje de pumas. “Muchos otros estancieros prefirieron cambiar y en vez de cazarlos, están haciendo turismo porque finalmente les deja más dinero que matarlos. La gran población de pumas se está moviendo en Torres del Paine y alrededores, incluso cruzan hacia El Calafate. Ha habido un cambio de mentalidad, pero todavía hay gente que piensa más a la antigua, que prefiere seguir haciendo ganadería”, cuenta José Vargas, fundador de Wayaja Puma, una empresa dedicada al turismo de avistaje. Su padre fue guardaparques del PN Torres del Paine y, cada vez que llegaban equipos de filmación de documentales, se encargaba de encontrar los pumas en las montañas. Así se convirtió en rastreador, un oficio que José aprendió desde chico. Wayaja nació oficialmente en 2015 y desde entonces trabaja en el territorio aledaño a Torres del Paine, siguiendo y observando a las poblaciones de este controvertido felino. “Ver a un ejemplar de cerca es una cuestión de suerte, pero lo importante, además de la observación, es entender la importancia del puma para el ecosistema, cómo controla el territorio y protege a su especie. Queremos destacar su importancia como controlador biológico, como especie paraguas, que regula la población de guanacos. Alimenta a otros animales, como cóndores y zorros”, enseña. “Acá muchos estancieros trabajan con luces para desorientarlos, o con perros”, añade. Vargas enfatiza que el “turismo es una herramienta de conservación porque permite conocer a una especie que es muy menospreciada; la misma gente que está en las estancias, sabe dónde están los pumas. Sólo hace falta capacitarse en turismo para poder empezar a explotarlo”. Para Pía Vergara, fotógrafa y creadora de la Fundación Cerro Guido Conservación (Chile), es fundamental la búsqueda de “soluciones más profundas que deben ser abordadas a nivel Estado, por ejemplo, capacitar en el uso de los perros protectores y manejos para cuidar el ganado, entre muchas otras acciones que se pueden tomar”. “El matar a los pumas no lleva a ninguna solución, más que satisfacer el deseo de venganza”, apunta. Vergara no está de acuerdo en absoluto con la decisión de Santa Cruz de autorizar la caza de pumas. “Desgraciadamente el matar es algo que está demasiado integrado en nuestra cultura, eso debe cambiar para después apuntar a las soluciones buscando el respeto mutuo, y por sobre todo, el cuidado y admiración de la naturaleza”.

 

El avistaje con fines turísticos ganó terreno en Chile y ahora se está empezando a desarrollar en la Argentina.

 

“Es necesario hacer un cambio de paradigma: antes se cazaba a cualquier depredador que atacara al ganado, sin pensar en la importancia que estos tienen. Hoy, debemos hacer cambios urgentes; por un lado, entender la importancia del rol de los predadores en la cadena trófica, que a la vez beneficia las pasturas y por ende al ganado, además de controlar las poblaciones de los herbívoros; habiendo entendido esto, es imperioso reconvertir la ganadería a una menos extensiva, con un cuidado constante de la hacienda, el trabajo de perros protectores y más presencia humana en los campos para facilitar la acción de los perros”, enumera. Del lado argentino, también hay proyectos que intentan darle una vuelta de rosca al asunto. En eso está Facundo Epul, guía de El Choique, un emprendimiento que hace avistaje de fauna silvestre y trekking en el Portal Cañadón Pinturas del Parque Patagonia, una iniciativa de Rewilding Argentina. Nacido en una familia dedicada a la ganadería, Epul pasó su infancia en la estepa patagónica y sus mesetas. Desde pequeño, dice, sentía muchísima curiosidad por conocer cuáles eran los animales que deambulaban a su alrededor. Luego de hacer un curso de guía idóneo, Epul formalizó su propuesta turística y encontró el lugar ideal para desplegar su iniciativa. Entonces decidió focalizarse en el predador tope de la Patagonia: el puma.

 

La viralización de imágenes de pumas cazados suele generar rechazo en las redes sociales.

 

“Es un animal que admiro muchísimo, es una pasión para mí”, asegura. Por eso, Epul celebra que este año se haya viralizado la decisión de Santa Cruz de autorizar su caza porque, en definitiva, es una forma de visibilización de una problemática que “sucede hace muchos años”. Así lo explica: “Antes el gobierno pagaba por la piel de zorro y de puma, hoy estamos en otro contexto. Hay soluciones para convivir con la naturaleza, con trabajo genuino. Es importante que existan áreas protegidas, donde esos animales no sean cazados, con un ecosistema completo y funcional”. Para Epul “hay muchas alternativas” antes de habilitar la caza y desatar, nuevamente, la disputa entre bandos que están a favor o en contra. “Algunas ya se están aplicando. Rewilding, por ejemplo, trabaja con productores ovinos vecinos del parque en la incorporación de perros pirineos, que viven con las ovejas y las protegen. La presa natural del puma es el guanaco, que también es combatido: ¿qué va a comer el puma si no quedan guanacos en la Patagonia?”, se pregunta. Sin embargo, más allá de las buenas intenciones de parte de los involucrados, Epul no visualiza una solución en el corto plazo. “Estamos en la misma situación desde hace mucho tiempo. Hay gente cazando, y mientras tanto, lo cierto es que la fauna convive”. Está claro que el complejo debate desatado en Santa Cruz refleja la dificultad de encontrar un equilibrio entre la conservación de la naturaleza y las necesidades económicas de la sociedad. En ese marco, el consenso, el diálogo y el conocimiento científico son herramientas fundamentales para abordar estos desafíos de manera efectiva y sostenible. ¿Es utópico pensar que eso es posible?

 

 

FUENTE: LA NACIÓN