OTRA DERROTA PARA VIDAL
LOS EMPLEADOS PÚBLICOS LE DIJERON “NO” A SU LISTA Y DEFENDIERON LA CAJA
Las elecciones para elegir al vocal de los trabajadores activos en la Caja de Previsión terminaron antes de empezar. La lista celeste, encabezada por Cristian Sánchez y María Carla Soto, arrasó con un 63,56%, dejando muy atrás a la lista verde —la que jugaba bajo el paraguas del oficialismo— integrada por Dheisy Cantón y Paulo Andrés Poeta, que apenas alcanzó el 36,44%. El dato no sería más que un trámite administrativo si no fuera por el contexto: a un mes exacto de la peor derrota de Claudio Vidal, cuando su lista a diputados nacionales apenas arañó el 15%, los empleados públicos le acaban de dar otro golpe político, directo y sin vueltas.
No fueron los ciudadanos en una elección general, no fue una disputa partidaria, no fue una campaña nacional. Fueron sus propios trabajadores, los que sostienen a diario el funcionamiento del Estado, los que conocen desde adentro el impacto real de los salarios congelados, los retrasos, el destrato y el discurso oficialista que no coincide con la realidad de sus bolsillos. Esta vez, la paliza llegó desde adentro de la casa.
El oficialismo intentó mover cielo y tierra. La postal del día fue el desfile interminable de empleados llevados a votar casi como ganado, un operativo que incluyó desde ministerios vaciados hasta una presencia inédita de policías y cadetes, todos “voluntariamente” movilizados para engrosar la participación. La imagen hablaba sola: un gobierno desesperado por evitar otra derrota simbólica en un terreno donde creía tener control absoluto.
Pero nada alcanzó. Ni los micros, ni los aprietes, ni el intento de disciplinamiento. El mensaje de las urnas fue tan nítido como contundente: la Caja no se toca.
Los trabajadores activos, esos mismos que el Gobierno dice representar, eligieron cuidarse entre sí antes que convalidar una jugada política que huele más a intervención encubierta que a mejora del sistema previsional. La lista celeste ganó con amplitud porque supo interpretar el miedo real que recorre a los empleados: perder derechos, perder aportes, perder lo poco que queda en un contexto donde los salarios están por debajo de la línea de indigencia y la inflación hace rato les come el sueldo antes de llegar a fin de mes.
La derrota duele aún más porque se da justo después del traspié nacional del vidalismo, que con un 15% quedó expuesto como una fuerza sin respaldo social. Primero fueron los ciudadanos de a pie los que dijeron “no”. Ahora fueron los trabajadores estatales. Y si hay algo que los gobiernos deberían evitar es quedar en soledad frente a todo su propio aparato administrativo.
La elección en la Caja de Previsión se convirtió en un termómetro político inesperado. El resultado no sólo define quién ocupa un sillón en un organismo clave, sino que marca la temperatura social detrás del silencio: los empleados públicos no están dispuestos a entregarle al Gobierno la llave de su futuro. Y si algo quedó claro hoy es que, por más movilización, presiones o disciplinamiento forzado, hay batallas que no se compran ni se ordenan. Se votan.
Claudio Vidal suma otro golpe político en apenas treinta días. Y esta vez, la derrota no vino de afuera. Vino de adentro, de los propios trabajadores, los mismos que todos los días sostienen el Estado que el Gobierno intenta controlar. El mensaje está escrito con tinta gruesa: si quieren meterse con la Caja, van a perder.