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Luciano
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QUIERO SER UN GATO

Por Rocío Gimenez. Cuenca, Ecuador; y  Paula González. Río Ceballos, Córdoba.

Ilustración: Rocío Giménez.

No sé si existen otras vidas, lo cierto es que mis creencias religiosas son bastantes debiluchas. Pero si, como sostienen algunas religiones que poco conozco de ellas, la reencarnación es posible, cuando mi alma regrese quiero volver a vivir una vida en un cuerpo de gato.

Nuestro gato que nada se cuestiona sobre religiones y culpas judeo cristianas, (o al menos eso creo)  dedica todo su día y su noche al goce pleno. Duerme con una placidez envidiable, se desplaza con elegancia y pausada conciencia sobre su feliz existencia, se revuelca con una sonrisa, busca el sol cuando su cuerpo requiere tibieza, las baldosas cerámicas lo refrescan y la sombra del tala es el lugar elegido para  sus siestas. Come lo que otros le garantizan.

En fin: quiero ser un gato. Disfrutar, gozar , satisfacer necesidades primarias y urgentes, sin culpa, cuestionamientos ni dilemas.

En este año de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio  hice listas, listas de objetivos, de libros para leer, de cosas para tirar,  de cosas para hacer. Más tiempo en casa (todo el tiempo) con teletrabajo, me permitiría “aprovechar mis horas diarias”. Hice gimnasia con videos de plataformas conocidas, aprendí a hacer kefir y masa madre, regalé nódulos para hacer el kefir, reciclé, restauré, pinté, lijé, enduí, decoré,  tiré, limpié, leí, vi miniseries, trekking por las sierras, actualicé la bibliografía de la cátedra en la que trabajo.  Me sumé a una maratón sin punto de llegada, quería ser productiva, hacer rendir el tiempo “libre” . Y seguí, muchas participaciones en video conferencias, capacitaciones, talleres on line, videollamadas con amigas, compañeros de trabajo, familia, vecinos, con todos y todas. Me sentí productiva. Hoy, a más de 9 meses de haber empezado esta carrera con un  torbellino de actividades concluidas siento que …quiero ser un gato. Mientras tanto, nuestra mascota estuvo ahí, al sol, a la sombra, con fiaca, en pleno goce, sin culpas, sin ninguna intención de ser productiva, ¿para qué ?

Sin sentir sobre su espalda el peso del mandato de la productividad, ni de la competencia. Validando cada deseo que se cruce por su existencia y haciendo lo necesario para consumarlo. Sin pensar si eso lo convierte en un mejor o peor gato.

Y es que incluso Cortázar, quien a través de los ojos de la Maga los bautizaba como “dueños del tiempo”, ya nos advertía que el camino gatuno es mucho más placentero y satisfactorio que las múltiples trabas que nos narramos a nosotros mismos, o Borges, dueño de Beppo, postulaba que su gato era “dueño de un ámbito cerrado como un sueño”.

Y aunque esto se transforme ante los ojos del lector(a) en un refrito hedonista, reivindicar el goce, la conexión con el deseo y la exploración de otras maneras de vivir, se hace necesario para cerrar un año que nos golpeó tanto en tantos sentidos y en tantos frentes, que las trincheras no alcanzaron.

¿Para qué? ¿Para qué saltar de cabeza en la competencia de la productividad, si hay tantas cosas que de cualquier manera nos vamos a perder? ¿Para qué sumarse otro mandato en un año que estuvo fuera de la norma?

Definitivamente si hay vida después de la muerte, si la reencarnación al final era la respuesta, deseo que sea en forma de gato.

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