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Dosier: los cargos políticos municipales, nuestro eslabón perdido

Por Sebastián Tresguerres

La función pública y los cargos en el Estado: ¿Hasta dónde llega la responsabilidad y la capacidad de nuestros funcionarios?

En la municipalidad los llaman “los cargos”. Así se les dice a los funcionarios que cuelgan en el organigrama debajo de los Secretarios (que vienen a ser lo correspondiente a Ministros en la provincia). Los Secretarios también vienen a ser cargos políticos, pero a ellos se les dice, simplemente, “secretarios”.

La cuestión es que, a contrapelo de lo que la mayoría de la ciudadanía cree, los cargos políticos, en términos generales y por supuesto que con excepciones, suelen tener que trabajar intensamente y mucho ¿Por qué entonces la mayoría de la ciudadanía no lo nota?

Existe un desfasaje cada vez más grande entre lo que la ciudadanía pretende de la función pública y lo que la función pública, o sea en definitiva el Estado, está realmente en condiciones de poder hacer. Esa brecha configura una intemperie en la que tienen que desenvolverse los funcionarios públicos.

La función en la sociedad de los cargos políticos municipales (también la de muchos cargos políticos provinciales, pero me centraré en esta nota en el nivel de abstracción municipal, por estar más abarcativa e intensamente relacionado con el cuerpo de carne y hueso de la sociedad y sus problemas cotidianos) es la de ser el eslabón perdido entre lo que se quiere y lo que se puede.

La ciudad es una herramienta

La ciudad es la herramienta de los funcionarios municipales. O digamos que es una caja de herramientas. Cuando la ciudad está deteriorada, los funcionarios tendrán menos herramientas disponibles. Ese es el problema: cuando la principal actividad que tienen que realizar los funcionarios es arreglar (o más habitualmente emparchar) las herramientas en lugar de enfocarse en utilizarlas. Detallemos a un ejemplo sencillo. Para realizar un evento público, la cantidad de cosas supuestamente obvias que pueden fallar es tan grande, que el hecho de que el evento se logre realizar en tiempo y forma ya es un logro, pero es un logro que no se ve como logro, porque los de afuera, quienes nunca tuvieron la experiencia de tener que organizar un evento público en situación de no abundancia, creen que el punto de partida es el salón con todo ya puesto y coordinado, y que ha de juzgarse sólo lo que suceda desde el inicio del evento en adelante (lo mismo vale para cualquier tipo de actividad). Pero la realidad es que la mayoría de las energías han tenido que ser puestas desde el inicio del evento hacia atrás: quizás hasta hubo que poner plata del propio bolsillo (del cargo político) para comprar un bidón de agua a último momento, o salir a buscar al invitado cultural con el auto propio por haberse traspapelado un móvil municipal (y después del evento, volverlo a llevar), quizás (o incluso muy probablemente) el micrófono inalámbrico tenía las pilas gastadas y hubo que salir corriendo de apuro a comprar pilas nuevas, quizás hubo que luchar hasta último momento con la burocracia administrativa para que te aprueben la compra de unos vasos de plástico, quizás justo unos días antes del evento el salón fue vandalizado y rompieron la tarima que iba a ser utilizada como escenario, quizás ese día arranca un paro, o tal vez el amplificador de sonido que había en el salón simplemente desaparece. Quizás, quizás y quizás. Entonces, que el evento ocurra en tiempo y forma es todo un logro, pero la gente lo único que juzgará es si el evento fue divertido y útil y tuvo buena cantidad de público.

                Y aquí también está el quid de la cuestión. El ciudadano común probablemente dirá: si el micrófono no tenía pilas y no quedaba agua en el bidón es culpa de que el funcionario no fue previsor, no revisó si faltaba algo, no coordinó bien, en definitiva: fue inepto. “Inepto”. Cómo le gusta a la gente llamar “inepta” a otra gente. Les encanta. (Algunos otros dirán, en cambio: “¡Seguro que ellos mismos se robaron las pilas, radio Ñiú! Sinvergüenzas!, deben tener montado un mercado negro de pilas”).

Los cargos tienen que hacerse cargo

 En general tendemos a analizar las cosas como si la rueda de la sociedad no estuviera en movimiento, como si en cualquier momento se pudiera volver a hacer arrancar todo de cero. Pero no nos queremos dar cuenta de que todos los problemas que vemos y sufrimos en la ciudad como ciudadanos (incluyendo los problemas presupuestarios), los cargos políticos municipales también los sufren, y a esta altura ya existían cuando asumieron. La diferencia es que con ellos queda firmado un tácito contrato de que los cargos tienen que hacerse cargo (¿por eso se llamarán así?) de dichos problemas, o sea: encarnan el tener la culpa de los problemas. Es como un libreto que, de una forma u otra, todas las partes terminan acordando tácitamente: ciudadanía, empleados municipales de planta, y cargos políticos. Esa es la verdadera función social de los cargos políticos: tomar la posta de la culpa.

Ésa es la diferencia que hay entre “los cargos” y los empleados municipales de planta (cuando estos últimos no ejercen el rol paralelo de ser funcionarios): hay muchos empleados de planta que también laburan duro y mucho (y sufren otro tipo de problemáticas, como por ejemplo que cada vez que asume una gestión nueva les cambian todo por enésima vez), pero son “los cargos” quienes toman la posta de tener la culpa de los problemas de la ciudad. Se supone que a la ciudad (y a la provincia, y al país, y al mundo) la arruinaron los políticos, entonces son los políticos quienes se tienen que hacer cargo de la culpa. Y además, consideraremos político a todo lo que tenga aunque sea mínimamente que ver con la política: es tan culpable el jefe de un partido político como el jefe de división más recóndito del municipio, llegado el caso. La prueba está en la segunda palabra de la denominación “cargo político”: POLÍTICO.

Que la inocencia te valga

También muchos “cargos”, inocentemente, arrancan sus funciones creyendo que de verdad se pueden cambiar las cosas en poco tiempo y se terminan exponiendo a prometer de más, ensartándose aún más en el rol de ser personajes de lo imposible.

Yo mismo he escuchado a asesores de legisladores de la actual oposición opinar que un intendente tiene que solucionar los problemas de la ciudad como sea y sin quejarse, porque cuando se postuló para ser intendente sabía a lo que se atenía. Mucha gente piensa así. Pero si seguimos esa lógica, esos asesores de legisladores de la oposición, y los legisladores opositores mismos, deberían renunciar ya mismo, porque no logran aprobar casi ningún proyecto de ley y sabían que iba a ser así cuando se presentaron a las elecciones.

Además, si vamos al caso, ante la queja de cualquier trabajador de cualquier profesión (por ejemplo ante la queja de tener un salario estructuralmente bajo) ¿te parecería bien contestarle que “sabías a lo que te atenías antes de aceptar ser docente (o policía, o enfermero, o artista)”?

A su vez la clase política no ayuda a que nos demos cuenta de la total magnitud de los problemas que ellos mismos tendrán dificultades en solucionar, porque para hacerlo deberían ser “mala onda”, “pesimistas”, aparentemente dubitativos, y lo que se supone que garpa es mostrarse siempre optimistas y seguros de sí mismos, todo potencial votante tiene que creer que ellos mismos se creen su propia mentira piadosa, que a veces ni siquiera es una mentira sino una genuina alucinación.

Los cargos además sufren dos tipos de presiones internas: por un lado, la presión del lado político, la presión de los intendentes con sus exigencias, que son quienes en última instancia les dieron los puestos. Y por otro, la presión de la encarnada regla tanto municipal como política (informal y no escrita, pero axiomática) sobre los roles que les cabe cumplir a “los cargos”: eventualmente, todos los roles. Si hay paro, deberían estar dispuestos a salir a recolectar basura, así su función original fuera la de administrativo contable. Si en ese contexto de paro hay un ataque de encapuchados al edificio, los cargos deberían quedarse a defenderlo, cual si fuera un castillo medieval, pero, a su vez, ellos no pueden ser violentos, ellos no deberían lastimar a nadie. Un cargo político tiene que saber imponer respeto y no debe ser cagón, pero a su vez jamás debe ser violento. Si hay que ir a realizar un censo (todo intendente quiere hacer algún censo en algún momento) y no se consiguen los suficientes empleados porque no todos quieren trabajar fuera de horario o en tareas no encuadradas o por lo que sea, los cargos tendrán que ir a colaborar con el censo, fuera de hora y fines de semana. Y por supuesto, jamás se podrán quejar. Muchos, además, yendo a la coyuntura actual, tienen que exponerse mucho al covid en esta pandemia.

Además, deben estar disponibles para tareas políticas partidarias o de apoyo a la gestión (aunque sólo fuera presenciar un acto o sumar caras a una charla), y además no cobran las fortunas que mucha gente cree que cobran, al menos comparando con el sueldo de un empleado municipal de planta con cierta antigüedad. También sumemos el manejo de los conflictos que pudiera haber con gremios y sindicatos externos, cuyas negociaciones (para que no te prendan gomas al frente del edificio a cambio de algunas decenas de cajas de alimentos, por ejemplo) las suelen tener que llevar adelante los funcionarios.

Los karatecas cotizan cuando las papas queman

 Por supuesto, hay variaciones entre los estilos de una y otra gestión municipal. Estilos de conducción política férrea y verticalista por parte del intendente pueden tener la desventaja para “los cargos” de tener que estar disponibles eventualmente las 24 horas para responder ante lo que sea, pero la ventaja de estar más respaldados corporalmente en la función diaria, sabiendo que si alguien los quiere cagar a palos, va a haber soldados propios disuadiendo esas situaciones. Otras conducciones son más horizontales y menos exigentes en cuanto a lo político partidario, pero con la contrapartida de que el cargo político queda un poco más solitario, no está seguro de que si un día lo quieren lesionar, su cuerpo va a ser defendido oportunamente.

Ni fama ni rosca

Los cargos políticos municipales que vienen debajo de los secretarios son una especie de parias de la sociedad. Ni suelen estar en la rosca fina por el lado de la política, ni son considerados simples trabajadores de buena fe por el lado de la sociedad. El mote de “ineptos”, “chorros”, “especuladores” o “irresponsables” pende sobre sus cabezas todo el tiempo (los Secretarios al menos pueden aprovechar sus gestiones para ampliar su nivel de conocimiento en la sociedad de cara a futuras elecciones y para rosquear políticamente).

A los ciudadanos nos les gusta aceptar que la inepta, en todo caso, es la sociedad entera. ¿Quién puede, hoy en día, poner las manos en el fuego por su propia aptitud para atar con alambre la máscara de la perfección sobre el rostro de los achaques acumulados en nuestra sociedad?  

El viejo y peludo pony

No quise que fuera necesario aclarar que, obviamente, también hay funcionarios cuestionables, deshonestos o verdaderamente incapaces, como ocurre en cualquier grupo y actividad humana. Lo doy por obvio. Me he referido a una generalidad, a un promedio. Hay cargos políticos que ni bien asumen se suben al pony y se ponen soberbios, habiendo asumido una función cuya temática no dominan, a la vez que sin conocer el ambiente municipal, configurando un combo de los que más molestan a los empleados municipales de planta.

¿La utopía de que lo político se achique?

Siempre sobrevuela el debate sobre si los cargos meramente políticos no deberían dejar de existir tal como existen ahora, y que vuelvan a ser ocupados exclusivamente por personal de planta, por medio de concursos y una carrera administrativa amplia y real. ¿Será posible volver a implementar un sistema así a esta altura del partido? ¿Cómo conciliar en una misma función el perfecto apego al reglamento municipal que suele tener un empleado de planta, con el estar disponible a cualquier hora y sin pago de extras ni pluses? El empleado municipal supuestamente “apartidario” (si existiera algo así), ¿para qué querría tomar la posta de tener la culpa de los problemas de la ciudad? Si se cambiara de repente el sistema ¿no tendrían ventaja los partidos políticos que hayan metido más gente propia en la planta municipal hasta ese momento? ¿Usted se sentiría tranquilo siendo un intendente radical teniendo funcionarios de planta que resulten ser kirchneristas, o viceversa? ¿Usted, lectora o lector, se cree que gobernar una ciudad como Río Gallegos es muy sencillo?