Bahía Bustamante se estableció en 1952 como un pueblo dedicado a la recolección de algas. Su fundador fue un inmigrante español, Lorenzo Soriano, cuyo nieto, Matías, es hoy, junto a su pareja Astrid Perkins, uno de los emprendedores al frente de los viñedos del mar. La producción vitivinícola más austral del mundo.
La historia comenzó con la idea de Matías de crear en la bahía chubutense un lodge turístico ecológico, al que invito a dos amigos -el enógolo Matías Michelini y al empresario Tato Giovanonni- a sumarse a esta idea que parecía una locura y hoy comienza a dar frutos.
Michelini, que en Mendoza está al frente de la premiada bodega SuperUco junto a sus hermanos, reconoce que, acostumbrado a hacer vinos de montaña, pero nunca había hecho uno de mar y se entusiasmó con la experiencia. A la hora de plantar, eligió cepas blancas y tintas que consideró aptas para el clima oceánico, como el Semillón y el Pinot Noir, “porque captan los aromas del entorno”.
Giovanonni, por su parte, está acostumbrado a los desafíos: es uno de los diez bartenders más influyentes del mundo de la coctelería – y creador de sus propias marcas (tiene gin y fernet propio) una destilería en Mendoza y el mejor bar de Buenos Aires.
La bahía y el sueño
Matías y Astrid viven y reciben con la paz que acompaña el lugar; maridan el lugar con sus vinos de mar, que aún no salieron a la venta y son inéditos en Argentina porque nacen en un terruño que hasta el momento nadie había experimentado en el país, donde la producción se concentra mayormente en la zona de Cuyo y Salta y en climas de montaña.
Entre el turismo y la vid, Astrid Perkins cuenta que este fue un proceso único en un lugar único: “Un vino hecho en el paraíso, pura expresión de esta tierra, este mar, está historia, este viento y está ruta de los sueños que une a la Bahía Bustamante con Tupungato (los Michelini) y Río de Janeiro (los Giovanonni)”.
“Hasta el momento hemos producido muy pocas botellas que estamos guardando para ver la evolución del vino”, asegura Astrid.
Todo se hace en Bahía, el embotellado también. Quieren que la producción sea así un proceso boutique que tenga impreso en cada sorbo el sabor del lugar.
“En 2024 podríamos tener una añada en el mercado”, anticipa.
Por ahora, los primeros vinos de playa argentinos reposan en una cava a metros del mar, exóticos, lejanos, casi conviviendo con los lobos marinos, los choiques y las ballenas. Les sobra el tiempo para madurar y añejar. Pero ya tienen un lugar asegurado en la historia.
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