“Sh sh que va a empezar.” Ella me pedía silencio aquellos días en que su esposo había viajado al campo por trabajo, porque por la tardecita, el dial de su radio se fijaba en LU14 : mensajes para el hombre de campo. Muy atenta por si tenía algún recado, pero también para enterarse de las noticias de gente que tal vez conocía o creía conocer. Y además los comentaba, no soy diestra en escribir con entonación, me gustaría. “Miraaaaa fue papá otra vez”, “Uyyyyyyyy no, murió Don Lucho” o “Venden la chata de Arturo” Era una ceremonia de escucha radial. Pero no era el único programa que escuchaba.
Cuando viajamos al sur por primera vez con mi pareja para compartir las fiestas navideñas, ya en territorio santacruceño, encendí la radio del auto, y le comenté que esa canción que tanto escuchábamos de Hugo Gimenez Agüero, estaba inspirada en los mensajes al poblador rural, y mientras tomábamos mates silenciosos con sabor a ansias de llegar, sonaba uno a uno por unos minutitos, los mensajes por medio de este servicio austral.
“Poncho de lona encerado
No me abandones ahora
Que está nevando tupido
Y el viento sopla escarchado
Se me hace largo el camino
Por la noticia en la radio
Mi hijo nació en el pueblo
Los dos me están esperando” No me abandones ahora, de Hugo Gimenez Agüero
Es que eso es la radio, un viaje, en el tiempo, en los recuerdos, por la geografía, por los sentimientos; es magia. La magia que hace que todo sea posible, la magia que transforma las palabras en imágenes y te narra una realidad actual al oído…Y quienes hacen radio son los artífices de esos imborrables momentos. Son los artífices de ese espejo sonoro que conversa eternamente en nuestra mente.
Hay personajes radiales entrañables, otros tal vez pasan sin más. Pero conforman una identidad, un nosotros que completa una pertenencia, que genera comunidad y compañía, que invita a recordar, a pesar de tanto espanto, que nunca estamos solos.
Si pienso un recuerdo radial, en mi mente se empieza a trazar la siguiente postal: cocina comedor iluminada por ese sol que abraza y templa, y ella, mi tía, con el delantal de cocinar, en puntitas de pie sintonizando la radio, que estaba, desde que tuve uso de razón, arriba del aparador, esos que están bañados de fórmica con una vitrina con puertas corredizas. A las 12 horas de todos sus mediodías en un programa de am, cantaba el zorzal criollo. Quizás esos tangos que a ella enamoraban, el tanguero los entonaba como reacción a algún rayito de sol que le llegaba desde el sur. Ese era el rito radial de cada mediodía compartido.
Desde cuándo me gusta tanto escuchar radio no lo se, pero este año tan particular, me lo ha posibilitado con creces. La pandemia nos ha recluído más tiempo en nuestros hogares, y a mí me ha invitado a volver a la radio. Pero obvio que no todo es tan romántico, no vivo sola. Mis adolescentes retoños, me ruegan, me imploran que baje el volumen de mis programas radiales. “Vieja, dale, aflojá un toque, usá los auriculares”. ¡Qué osadía la de estos pibes! Faltaría a la verdad si escribiera, que sus palabras son otras, “¿madre, podrías bajar el volumen de tu programa?” Decir la verdad es importante, o no, ¿qué es la verdad? La respuesta tal vez para otra columna.
Tal vez la afición por la radio sea heredada, mi viejo también escucha mucha radio y se atreve a más, manda saludos, pide canciones, comenta noticias. Además cuenta con varios dispositivos dispuestos estratégicamente en su casa, de diversos tamaños y diseños, pero obviamente no usa auriculares.
En cambio mi relación es más tímida, es una pseudo interacción con la programación radial, respondo en voz alta, bailo, canto, me emociono y protesto, pero no mando mensajes.
Cuando empezaba diciembre, mi tía además de la radio, desempolvaba el tocadiscos y con una delicadeza amorosa disponía la púa. Ginamaría Hidalgo nos daba un recital a domicilio, los estribillos eran nuestros, embriagadas del perfume de agua de azahar de los panes dulces hechos con huevos de avestruz.
Donde sea que estés, jugando una partida de canasta o batiendo un merengue a baño María, te dedico esta canción.
Menos mal que mi tía no usó auriculares.
Sugerimos escuchar este podcast que inspiró este recuerdo:
Texto: Paula González desde Río Ceballos, Córdoba y Rocío Gimenez
Ilustración: Rocío Gimenez desde Cuenca, Ecuador.