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Las estatuas son una tecnología obsoleta

Sobre el quitamiento de Roca en Río Gallegos.

Por Sebastián Tresguerres.-

 

Nuestra vida actual está atravesada y a la vez partida por el modo de funcionamiento de las redes sociales dictado por su lógica de negocios. Casi todos los aspectos de la vida hoy se dividen en bandos, muchas veces dicotómicamente, otras veces con más niveles de segmentación. Con las estatuas ocurre todo lo contrario: son un fijamiento extremo, que cada vez se amolda menos a esta lógica contemporánea de la división sin intersecciones, o como solemos decir ahora, de grietas.

En las redes sociales cada quién “ve las estatuas” que los algoritmos predicen que les gustarían. En la vida física, toda o casi toda estatua de piedra está condenada a tener simpatizantes y detractores. Por supuesto que ocurre con la de Roca, pero también ocurriría con la de Facundo Quiroga, Facundo Manes, el Papa Francisco, Maradona, o Zuckerberg.

Casi que no tiene sentido, al menos en los formatos de discusión actuales, argumentar a favor o en contra de nadie, tampoco de Roca. Existen argumentos para ambos bandos pero nadie valorará los argumentos del bando contrario con el peso con que valoran los propios argumentos y las propias sensaciones. Las cartas ya están jugadas. Para cada uno de nosotros, las estatuas no son un punto de largada sino un punto de llegada de lo que ya se piensa.

Los fijamientos que producen las estatuas son inadmisibles para la lógica particionada con la que hoy en día entendemos el mundo y el ser en el mundo. Cuando alguien que no quiere a Roca (o al prócer que fuere) pasa por la esquina en donde está la estatua de Roca, la estatua no desaparece, y no aparece en su lugar la estatua del héroe contrario, lo cual va en contra de lo que hoy nuestra mente ha empezado a tomar como el estado natural de existencia en el mundo: que se nos aparezca sólo lo que nos agrada, e interactuar sólo con quienes opinan como uno.

Lo más racional que podríamos hacer es dejar de hacer estatuas y eliminar todas las que ya existen.

 

¿Cambio actual de hegemonía?

Dejemos de lado por un momento lo que para cada uno de nosotros significa desde el punto de vista histórico el concepto “Roca” y centrémonos más en la estatua física, para seguidamente ir a otra cuestión conceptual. Para alguien que vive en Río Gallegos desde hace muchos años, la estatua de Roca (tomada como escultura de piedra) es (o era) parte de la forma de la ciudad y era un símbolo del centro de Río Gallegos, de la centralidad cultural del centro. La eliminación de la estatua de Roca puede verse como un capítulo importante en la historia de las luchas de poder entre las fuerzas sociopolíticas vigentes. Como una demostración de la pérdida de poder real del sector “tradicional” que hace unas décadas lo detentaba con total claridad y hegemonía (a este sector sociocultural se lo podría especificar de distintas maneras, pero hablando vagamente sería algo así como el resultante de una mezcla o entrecruzamiento de nycs de más de cuarenta años y clase media o media-alta, pioneros y descendientes de pioneros, el “patriciado” de la ciudad, etcétera).

Muchos de quienes se sienten atacados por la remoción de la famosa estatua en realidad están sintiendo eso: no tanto (o además de) una afrenta a los valores ideológicos propios con que entienden la historia argentina, sino un ataque directo a su poder sociocultural real y a su historia personal, a la ornamentación arraigada en sus costumbres. De una manera “física”, hiperreal. También pudo ser visto como un “ataque” de la periferia al centro. De hecho, muchos “tradicionalistas” lo vieron prácticamente como un acto de vandalismo. Vándalos entraron a la noche al living de su casa y se chorearon el sillón de cuero de la abuela pionera.

Si sumamos a lo de la estatua otros cambios que está teniendo la ciudad, como el cerquito que se le está poniendo al histórico boulevard de la San Martín, y otros cambios, estaríamos ante la presencia de la manifestación real y concreta de un cambio absoluto en las relaciones fácticas de poder de los sectores socioculturales e históricos de la ciudad. Una vuelta de página. El nuevo poder cultural y sociopolítico le está cambiando la ciudad al anterior poder, al poder tradicional histórico, que siente esto incluso como una humillación. Queda plasmado que hay cambio de hegemonía.

Una posdata: quizás venga bien la remoción de la estatua de Roca para que los sectores más “cómodos” de la ciudad, que viven en su micromundo casi inmutable, empiecen a darse cuenta de que la ciudad (además del país) ha cambiado. Río Gallegos ha crecido muchísimo y tiene problemáticas que antes no tenía. Vivir cerca del centro actualmente es una excepción. Hay muchas personas, cada vez más, que la pasan mal. No sólo existen los suburbios, sino que suburbios es lo que más hay. Río Gallegos hoy es, sobre todo, lo que está lejos del sitio en donde estaba la estatua de Roca. La ciudad cambió de hecho. Quizás la eliminación de la estatua de Roca ayude a algunos a despertarse de la ciudad sueño. Quizás a vos la imagen de la estatua de Roca te recuerde el paisaje de las idas a comer al restaurante del British, que quedaba a unos metros de ella, pero el poder está pasando definitivamente a manos de quienes nunca, o sólo alguna vez remota, cenaron o almorzaron ahí.

 

El fin de la tehuelchidad

Ahora sí, viene bien terminar bosquejando cómo era la concepción histórica que tenían quienes detentaban el poder cultural tradicional en Río Gallegos y en la provincia.

Se lo podría catalogar como “pionerismo”. Se había llegado a hacer una especie de fusión (¿camuflaje de culpas?) entre la noción de civilización occidental y la ancestralidad tehuelche. Pueden revisarse textos de autores de la SADE santacruceña y también letras de canciones de autores canónicos como por ejemplo varias de las de Hugo Giménez Agüero, para constatar esto: al aborigen se lo alababa, pero como ya conquistado y ya evangelizado. La raza alabada era la tehuelche, no la mapuche. Por el contrario, a los mapuches se los tomaba como un capítulo más de la belicosidad contra los chilenos. A los mapuches se los veía como ladrones, de hacienda sobre todo. (Hoy en día, con terminología actualizada, esos sectores casi que dirían que los mapuches eran corruptos). Al tehuelche se lo quería y se lo heroizaba, pero conceptualizado como argentino evangelizado. Ese fue el truco utilizado para fusionar, acá y supongo que en otras ciudades de la Patagonia también, la idea de progreso con la de conquista, o sea, para fusionar los intereses y las culpas: los tehuelches eran más argentinos que los argentinos (se los vació disfrazándolos de llenadura patriótica) y más católicos que muchos católicos (porque, supuestamente, decidieron hacerse católicos por decisión propia, por “meritocracia”). Más o menos así es la concepción de “tehuelchidad” que teníamos arraigada en nuestra provincia, que es opuesta a la actual concepción de “mapuchidad”, que en cambio tiene asociados a su concepto valores de resistencia, de lucha, y de ancestralismo con derechos y valores propios, sin sumisión; casi un símbolo de resistencia de las clases bajas contra los poderes tradicionales centrales, contra las estatuas tradicionales centrales.

Esa concepción cultural “tehuelchista” hoy está siendo deshegemonizada, y estaba en parte representada por la estatua de Roca, que era más que Roca.

 

 

 

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