Morgan Pendaries nació hace 25 años en un pequeño pueblo cerca de Toulouse; hoy lidera y entrena equipos de campo para rastrear en Santa Cruz al chinchillón anaranjado.
Morgan Pendaries nació hace 25 años en un pequeño pueblo de Francia, cerca de Toulouse, ciudad donde comenzó sus estudios en biología. Su formación continuó en París y luego en Cardiff, en el Reino Unido. Fue allí, durante su estadía en un programa de intercambio estudiantil, que empezó a fantasear con venir a América Latina. “Hablaba un poquito de castellano, así que elegí como destino América del Sur para una pasantía, pensando en ir al Amazonas. Pero llegué a Corrientes, donde escuché hablar del Programa Patagonia, y me encantó. Al día siguiente me puse en contacto con Kini Roesler y Lali Fasola [directores de la iniciativa] y ellos me propusieron hacer algo con el chinchillón anaranjado. Así llegué a Santa Cruz, me llevé bien con todos, y al año siguiente ya volví como técnico del programa”, recordó, en diálogo con LA NACION.
La especie que Morgan estudia, el chinchillón anaranjado, es un roedor herbívoro de tamaño mediano, similar a la vizcacha y de hábitos poco conocidos, ya que no abunda y es difícil de ver si no se tiene el ojo acostumbrado. Los escasos estudios y registros que existen lo ubican habitando cañadones de ríos y paredones rocosos en los Andes, bien al sur de la Patagonia, desde la meseta del Lago Buenos Aires, en Santa Cruz, a Torres del Paine, en Chile.
“Me encanta hablar de los ‘chinchi’”, dice Morgan, con su particular forma de llamar a estos roedores, mientras conversa con entusiasmo sobre ellos. “No se sabe casi nada, se confunden las distintas especies de chinchillones, ya que no se conoce bien la taxonomía. Para la IUCN [Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza] está categorizado como ‘datos insuficientes’, o sea que no existe información como para identificar cuántos hay o si están en peligro. Tampoco hay investigaciones recientes y falta mucho trabajo filogenético para distinguir especies y subespecies, lo que en el futuro me encantaría hacer”, detalla.
La búsqueda es solo el principio
Encontrar a estos animales de un color ocre que los camufla perfectamente entre pastos y rocas amarillentos, en las alturas de los paredones donde viven, es todo un desafío. Morgan es el encargado de descubrir todos los secretos de este esquivo roedor y, para eso, lidera y entrena a los equipos de campo del programa: voluntarios y técnicos, que realizan las tareas de relevamiento. Esas tareas incluyen largas horas de andar en camioneta y a pie, cruzar ríos, acampar, trepar muros de cañadones mirando con mucha atención por horas y entrenar la vista para encontrarlos. “De día suelen estar durmiendo; con cámaras trampa vimos que son muy activos de noche, por lo que además hacemos muchas horas de acampe y sesiones de observación al amanecer y al anochecer, para ver qué hacen y conocerlos más”, cuenta.
Este joven biólogo ya es toda una celebridad en los campos santacruceños. Con su perfecto “español-argentino” de leve acento francés y siempre de buen humor, se ganó la confianza tanto de sus compañeros del Programa Patagonia como de los habitantes de los pueblos y estancias que visita durante sus trabajos en el verano. Basta verlo llegar de alguno de sus largos recorridos buscando al chinchillón para notar el clima de entusiasmo y camaradería que despiertan sus relatos. “En el campo cuando hacemos los relevamientos hablamos mucho con los estancieros y puesteros. Ellos al ‘chinchi’ lo conocen bien y saben en qué paredones buscarlos, pero nos cuentan que antes veían muchos más que ahora. No sabemos bien qué pasa ni cuál es el peligro”, comenta, con algo de preocupación.
La conservación, objetivo internacional y urgente
Morgan pasó los últimos tres años yendo y viniendo entre Europa y la Argentina, donde se instala todos los veranos en la Estación Biológica Juan Mazar Barnett, en la estepa de altura santacruceña, trabajando junto a otros investigadores. “Eso me permite conocer otras especies, ecosistemas, problemáticas y, además, diferentes técnicas y herramientas que yo podría utilizar con el chinchillón si fuese necesario”, aclara.
El año pasado aplicó y ganó una beca doctoral del Conicet, lo que le abrió las puertas a instalarse definitivamente, al menos por unos años, en el país. “Ahora mis estudios se enfocan en conocer lo básico del chinchillón. Esta especie, para ser un roedor, es muy particular, ya que parece tener una sola cría al año. Eso es muy poca descendencia y, si llega a estar en peligro y su población declina, es seguro que va a tardar mucho tiempo en recuperarse”, relata.
“Vivir en un lugar tan alejado y caminar en lugares tan inmensos son cosas que jamás pensé que haría”, admite, sobre su nueva vida. Cuando vuelve a su hogar francés, siente que no muchos entienden bien por qué se fue tan lejos, pero todos están contentos de verlo feliz haciendo lo que le gusta. Sus próximos planes son ambiciosos.
“Queremos hacer un recorrido y mapeo de toda la provincia para identificar dónde viven, marcarlos para reconocer a cada individuo de la zona donde los estudiamos y monitorear unos 20 paredones de forma constante”, indica. Plenamente consciente de que eligió a uno de los animales más misteriosos, escurridizos y con más trabajo por hacer para conocerlo, Pendaries se lo toma con humor. “¡Para la próxima, elijo un animal más fácil de ver!”, exclama, entre risas.
Fuente: La Nación