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PALO PANDOLFO VENDRÁ

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PALO PANDOLFO VENDRÁ

Por Sebastián Tresguerres

 

La historia que conocemos empezó con su banda Don Cornelio y la Zona. Una especie de mezcla entre post-punk con alguna canción más pop pero también con otras que eran un rock visceral más reventado, todo eso embebido en poesía.

 

Luego Don Cornelio mutó y se transformó en Los Visitantes, un proyecto de tonos más alegres, con adiciones de toques más latinos y tangueros, aunque sin abandonar lo visceral ni las canciones fuertes y urbanas.

Después llegó su etapa solista (y la posterior de “Palo Pandolfo y la hermandad”, que a uno le parecía que fuera lo mismo que decir “solista con acompañantes”), y ahí se terminó de alejar para siempre de la posibilidad de ser mainstream (y creo que también, un poco, de los fans más darks o rockeros), aunque en estos últimos años venía teniendo públicos renovados y reconocimientos que incluyeron la simpatía ideológica de quienes, como él, apoyaron siempre las causas por los derechos humanos y denostaron a la dictadura y a lo peor del capitalismo.

¿Qué tenía Palo Pandolfo que no tenían otros músicos conocidos?

¿Quizás que fue un anticapitalista de izquierda pero bastante (o muy) consecuente? Creo que jamás hubiera podido terminar viviendo en Recoleta como Fito Páez (por compararlo con un músico conocido de ideología parecida), en primer lugar porque nunca le hubiera alcanzado la guita, pero en segundo lugar porque igual no hubiera querido (lo cual no impidió que Fito le pusiera, magistralmente, el piano a una canción de “A través de los sueños”, su primer disco solista).

Palo fue un artista de culto y de nichos, y no pudo dejar de serlo nunca. Cuando, con su disco Maderita, Los Visitantes amagaron con buscar ser un poco más masivos, los consumistas no les pudieron terminar de creer. Es que Palo era tan transparente, sincero y sencillo, que no se le podía creer que pudiera ser un músico mainstream. Le fue imposible ser un producto meramente, o prioritariamente, consumible. Maderita tuvo canciones factibles de poder lograr hacerlos masivos, pero después lo veías a Palo en alguna entrevista o tocando en vivo y se le notaba demasiado el alma. A su cantar no le importaba tener imperfecciones, siempre y cuando esas imperfecciones brotaran del alma. No temía aullarle de goce a la vida. Era un lobo bueno y sensible y la vida como energía universal era su luna. Su fama estaba destinada a ser grande, pero no inmensa. Y a los que lo seguíamos desde antes, en cierta forma nos gustó que Palo no hubiera logrado ser mainstream, ¡a la vez que también nos indignaba!.

Lo indignante era que Los Visitantes tenían unas canciones buenísimas, con melodías incluso pegadizas a la vez que lindas, originales sin ser experimentaciones elitistas, y con buenas letras, ¡y no se hacían masivos! Se confirmaba que el mundo es injusto, y también el arte. 

Entonces, siguió siendo nuestro. Si “la gente”, masivamente, no terminaba cagada de gusto con su música, era porque la gente no valía la pena; entonces mejor así, mejor que siga todo así como estaba.

Incluso hasta su forma de andar “ensustanciado” parecía ser distinta a la de otros músicos. Uno podía intuir que Palo andaba fumado todo el día, y todos los días, pero, en él, parecía ser una forma de vivir en comunión con la vida, con lo espiritual bajado a tierra y abrazado.

Lo otro que tenía es que era un poeta, uno de verdad. Entre los poetas que fueron músicos, yo lo pondría en algún lugar entre Spinetta y el Indio Solari (dicho sea de paso, no estaban tan alejadas las oscuridades musicales de Oktubre y algunas de las canciones de Don Cornelio, y tanto Palo como el Indio han publicado escritos suyos en la mítica y reventada revista Cerdos & Peces, pero Palo tenía una esencia mucho más simpática y comunitaria, y directa, que la del Indio). No hay muchos músicos que de verdad sean poetas.

Palo conoció Río Gallegos. Que yo sepa estuvo aquí al menos dos veces. Una fue allá por el año 2005 o 2006, fue una noche de charla y música en el hoy extinto Rincón del Arte. La otra fue en el 2015, cuando tocó en el Complejo Cultural en el marco de la Feria Provincial del Libro. Presencié esta última. Si bien a mí su etapa de “la hermandad” no me había cautivado mucho,  me alegró comprobar que su visceralidad y su potencia en el escenario seguían intactas, y que seguiría siendo un gran artista, de total entrega, hasta su muerte. Que jamás creí que llegaría tan pronto.

Palo Pandolfo, se notaba, amaba a la guitarra que tocaba al cantar, como si fuera un ser viviente y una transmisora y receptora de energías que lo unían a la vida y a su público. Si lo veías tocar una guitarra criolla te imaginabas que siempre era la misma, que su guitarra era una vieja amiga, una amiga de verdad. Y estoy seguro de que hoy su guitarra debe estar llorando.

 

                                                                             

 

 

 

 

 

 

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