TRANSPARENCIA Y EGOLATRÍA
La transparencia convertida en un botín de guerra.
Por Sebastián Tresguerres
A esta altura nadie puede negar que el concepto de “transparencia” es un producto más de los que figuran en las góndolas de la grieta. Quienes se auto ubican en el bando de la honestidad y el bien, utilizan discursivamente a la “transparencia” como un muro implantado sobre la grieta, que separa al bien del mal. Casi una herramienta para la polarización denuncialista más que una herramienta para hacer una sociedad más abierta y eficiente.
El resultado es que el público, o sea los ciudadanos, mientras tanto se pierden de internalizar el concepto más amplio de las utilidades que podría generar la apertura en un terreno que va más allá de lo moral, más allá de la guerra entre bandos, y más allá del denuncialismo. La “transparencia” se terminó convirtiendo casi exclusivamente en un cadáver coacheado por el marketing político que se le tira en el patio al enemigo para sacar réditos de diferenciación de una moral mediatizada.
¿Cuándo nació la marca “la transparencia” como latiguillo votable?
La transparencia como latiguillo votable nació de copiar los paradigmas exitosos de Barack Obama. Obama fue el verdadero creador de Cambiemos. Las estrategias que utilizó en su primera campaña presidencial fueron imitadas luego en todo el mundo, y mucho en la Argentina (por el PRO y luego Cambiemos). Incluso frases tácticas como “podemos cambiar” o “sí, se puede” fueron copiadas, hasta el punto de que la coalición de oposición al kirchnerismo se llamó, sin casualidad, “Cambiemos”.
Toda una conjunción de léxicos y estrategias estaban estudiadas, y muchos consultores ganaron buenos honorarios con ellos. Lo obámico se convirtió en un paradigma a ser seguido a rajatabla, y los consultores fueron los intermediarios que sabían cómo seguir al pie de la letra el libreto (microreuniones en casas, think thanks, aprovechamiento intensivo de las redes sociales, etc.). Pero yendo puntualmente a la transparencia, con Obama creció y se fortaleció la idea conceptual de Gobierno Abierto, que se materializó en un famoso memorando de Obama del 2009, luego de asumir la presidencia de EEUU, que iniciaba el pasaje a los hechos de sus ideas de campaña relativas a la transparencia. Los pilares de ese memorando (y del concepto de Gobierno Abierto, que sigue hoy en pie y propagándose por todo el mundo) son tres: el gobierno debiera ser 1. transparente, 2. participativo, y 3. colaborativo.
Por supuesto que desde siempre existieron las denuncias y la anti-corrupción, pero así fue como se consolidó la palabra “transparencia” como un fonema-marca, como un signo vendible permanentemente en el tiempo, y (al menos acá) sistemáticamente votable.
Pegarse en la frente el sticker del bien
La idea total del concepto de Gobierno Abierto no sólo es interesante, además es más abarcativa y profunda que el mero denuncialismo anti-corrupción que fue tomando casi exclusivamente en los republicanistas argentinos, quienes se fueron centrando casi exclusivamente en la idea de la transparencia mediática, porque fue una herramienta potente y sencilla de utilizar.
Con el tiempo, todo fue tomando el cariz exclusivo del denuncialismo, y la actual oposición, luego de unos años, se acostumbró demasiado a esa fórmula y terminó dedicándose a pegarse en la frente el sticker del bien en vez de a construir fuerza política real y cohesionada de largo plazo y en todo el territorio. Los opositores actuales se fueron transformando en hisopadores televisivos del mal, corporizado en la figura de la corrupción, haciendo tests de la transparencia como fin último de la política. Eso se ve claramente en Santa Cruz, en donde la oposición política se transformó en hacer flyerismo de redes sociales en vez de construir militancia y conducción.
La transparencia podría ser una conceptualización más útil para todxs si no estuviera centrada exclusivamente en el denuncialismo.
La transparencia, transformada en un latiguillo, a la larga terminó siendo una usina generadora de ególatras mediáticos, que van quitándole el lugar a los verdaderos y necesarios constructores políticos, cada vez más escasos en la oposición.
Podemos analizar la significación de un ejemplo banal pero muy concreto. Veamos quiénes fueron las figuras políticas santacruceñas de la oposición que estuvieron en las fotos de la reciente presentación del libro “Guerra sin cuartel”, acompañando a su autora, Patricia Bullrich, en El Calafate, para esclarecer cuál estaría siendo el perfil político buscado dentro de esa fuerza política:
- Yanina Gribaudo. Saltó al “estrellato político” provincial por una sola acción: la denuncia de unas lavandinas con sobreprecio. Nadie dice que no fue meritoria la iniciativa de su denuncia desde el punto de vista de la ejecución de sus funciones, pero el principal resultado palpable de todo ello está siendo que sirvió casi sólo para subirla a Yanina al podio de los “transparenteros”, o sea, que sigan subiendo al podio de la oposición personalidades que no son constructoras políticas sino “one hit wonders”.
- Álvaro de Lamadrid. No queda muy claro qué hizo alguna vez. Aparentemente de repente un día tuvo la habilidad de lograr empezar a infiltrarse en la tele para repetir latiguillos anti-corrupción, abarrotando sus alocuciones con los sintagmas “yo”, “Venezuela” y “yo los conozco”. No queda a la vista mucho más que eso.
- Roxana Reyes. Su hiperactividad y su empeño de a poco fueron haciendo que sea considerada una laburante política “en buena ley” por todo el espectro político, pero su estilo está muy asentado en el denuncialismo (que a su vez se centra en el “transparentismo”) y de la militancia virtual. Su forma de hacer política, heredada de la de Eduardo Costa, está todavía muy basada en el eje de la repetición más que en el de la creación.
Saliendo de este pequeño ejemplo, el caso más pronunciado de egolatría apalancada en un transparentismo anti-corrupción es Mariana Zuvic, aliada a la transparentista ególatra máxima del país, Elisa Carrió (utilizo calificativos que no niegan que en algún momento hayan tenido sus méritos).
Es curioso que la apología de la transparencia, que es una virtud, pueda terminar tan aliada a la egolatría, un vicio. Tal como el tan criticado (por los transparentistas mismos) “populismo”, que por definición también se erige en una egolatría de los líderes. La diferencia es que la egolatría de la transparencia articula una construcción política basada en hits televisivos, no en crear militancia.
Podría sentenciarse lo siguiente: los partidos transparentistas lo que generan son seguidores, no militantes; repeticiones más que creaciones; y aprovechamientos de oportunidades políticas coyunturales más que proyectos políticos netamente dichos.
De concursos literarios y fondos editoriales.
A donde pretendía ir antes de dispersarme es a que si se difundiera más el concepto de transparencia en su sentido amplio, y no en un sentido tan centrado en el aprovechamiento político televisivo, si se difundiera el concepto más general de Gobierno Abierto de una manera no orientada exclusivamente al denuncialismo abocado a ganar elecciones, lxs ciudadanxs y lxs políticxs y lxs funcionarixs empezaríamos a descubrir que hay herramientas del Gobierno Abierto relacionadas con la transparencia que no tienen por qué estar sustentadas en profundizar la grieta polarizante con denuncias, ni en idolatrías éticas, y que pueden ser útiles para todxs, también para los oficialismos (y mucho). Quiero decir que el denuncialismo extremo retrasa en la sociedad la aparición y el crecimiento de esa conceptualización más abarcativa. No digo que “la anti-corrupción” tenga que dejar de existir, digo que tiene que dejar de ser lo único que exista.
Daré un ejemplo pequeño pero concreto ubicado en Río Gallegos.
Hace pocos años quise impulsar la creación de un concurso literario municipal anual, tomando como base la idea del extinto concurso municipal “Mi primer libro”, aunque abarcando también a escritores que ya hubieran publicado. Fue ingresar en un territorio innecesariamente difuso y difícil de esclarecer: ¿”Mi primer libro” había nacido con una ordenanza? ¿No debería estar vigente? ¿Sabían las autoridades de ese momento (y de paso preguntemos si las de ahora) que existió alguna vez dicho concurso y que la municipalidad quedó debiendo la publicación de sus libros a los últimos ganadores? ¿El concurso “Mi primer libro” fue oficialmente dado de baja o sólo quedó temporariamente suspendido y correspondería que fuera retomado?
En medio de los debates que tuve con otra gente en ese momento resulta que alguien recordó que, aparte, supuestamente debería estar vigente y funcionando el “Programa Municipal Literario de Publicaciones Arnulfo Basanta”, que fue sancionado con fuerza de ordenanza en septiembre de 2014 y luego promulgado. Casi nadie sabe que existe o existió ese programa.
Y agreguemos algo más. En noviembre de 2020 la legislatura provincial sancionó la ley de creación de un fondo editorial santacruceño. Pero si googleamos un poquito más encontraremos que en el año 1997 la Legislatura ya había sancionado una ley de creación de un Fondo Editorial Santacruceño permanente (que esta última ley deroga), pero muy poca gente sabía o recordaba que existía o que debería haber estado existiendo.
A todo eso voy. ¿Ustedes creen que son muchas las personas, incluyendo a ciudadanos y a políticos, que estarían en condiciones de poder responder sin tener que embarcarse en una investigación burocrática alguna de las siguientes preguntas?: 1. ¿Sabías que en Río Gallegos hubo o hay un programa municipal llamado Arnulfo Basanta? 2. ¿Sabés si debería estar vigente algún concurso literario municipal? 3. ¿Sabías que ya existía un fondo editorial provincial anterior al que se creó en el 2020?
En estos casos no estamos ante la presencia de malas intenciones de ningún político (incluso puede que todo lo contrario), sólo estamos ante laberintos kafkianos, y la opacidad no tiene que ver con la corrupción.
Este es sólo un ejemplo del tipo de transparencialidad necesaria que pudiera promoverse más, y que no tiene nada que ver con el denuncialismo. Si estuviera publicada en línea y adecuadamente (completa y sin formato de imagen o textos sueltos desvinculados) y fuera fácil de consultar, filtrar y relacionar toda la información referente a ordenanzas y leyes vigentes y pasadas, (además de mucha otra información posible de ser abierta), todos saldríamos ganando, al menos en muchos sentidos, y sin entrar para nada en el terreno de las denuncias (que no estoy diciendo que deban dejar de existir). Podríamos estar más atentos y recordarles a los funcionarios pertinentes que debería existir tal o cual concurso o programa o fondo o lo que sea (o también podrían recordarlo más fácilmente ellos mismos), ayudando a que las cosas se mantengan vigentes en el tiempo, en circuitos firmes, y que no desaparezcan de repente un día, así como así, transformadas en fantasmas que nadie recuerda.
La transparencia no debería ser un mero inflador político de un puñado de iluminados estelares de la denuncia y la queja, sino mucho más que eso. Las denuncias y la lucha anti-corrupción tienen que existir, pero no como esencia principal de la política, sino en todo caso complementaria. Los partidos políticos debieran tener secciones y colaboradores específicos abocados a las investigaciones y denuncias, y los líderes principales deberían dedicarse fundamentalmente a hacer política.